Hay pruebas históricas de que los celtas, bajo la dirección de sus sacerdotes druidas, ya promovían marcas de peregrinos sobre el lugar donde actualmente está emplazada Santiago de Compostela.
Los romanos tenían esos parajes por sagrados. Las excavaciones hechas bajo la actual catedral revelaron restos de un templo romano dedicado a los dioses, con aras a Júpiter.
Con la caída del Imperio romano, las invasiones bárbaras despoblaron en parte Galicia y Asturias, cerrándose vías de comunicación y saqueándose las ciudades.
Bajo la protección invocada de Carlomagno -que por otra parte jamás viajó a Santiago de Compostela- se renuevan las vías de comunicación cambiándoles el aspecto exterior, ahora bajo formas cristianas.
Para lograrlo se tuvo que hacer venir al cadáver descabezado del Apóstol desde tan lejanas tierras ocho siglos después. Era imprescindible para entroncar la vieja tradición y permitir su resurrección.
Así el mismo Apóstol aparecía como «Matamoros» en las luchas contra el mundo musulmán, como lo afirmaron en su época cientos de soldados cristianos.
De tal manera, la asimilación del «Viejo Santiago» estaba dada con el «Nuevo Santiago» unido a las preferencias de la Baja Edad Media.