Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

Todos los reyes eran magos

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VICTORIANO CRÉMER
León

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DESDE mi más tierna edad, cuando todavía no acababa de entender el juego de las imágenes y de la luz, ni mucho menos el aparato motriz del ser humano, ya me hablaron de los Reyes... De los Reyes Magos, se entiende, porque éramos pobres y de Reyes con soberanía real sobre vasallos disciplinados y demócratas, sólo hablaban los poderosos, los nobles, los ricos. De modo que llegué a la conclusión, al cabo de los años de que los Reyes para pobres eran los Reyes Magos. Porque era de lo único que podíamos los niños de La Corredera, alardear con conocimiento de causa, gracias a la poderosa imaginación de que estábamos dotados. Y confiábamos de tal modo en aquellos magníficos monarcas, que incluso corríamos a esperar su llegada a la Estación del Transcantábrico de La Robla, para verlos con los ojos de la cara y no con los deslumbramientos de la ilusión. Porque los pobres de La Corredera, a fuerza de recibir excusas y carbón embalado, habíamos perdido la fe, la esperanza y hasta la afiliación. Acabamos por hacernos republicanos, que era una forma, como otra cualquiera de uso común y legal, de protestar contra un sistema, aunque fuera oriental, que de manera tan poco piadosa nos marginaba. En vano, mi madre, que era industriosa y realista, intentaba enmendar el error de aquellos reyes del Ferrocarril, ofreciéndonos jugueterías hechas por sus manos: muñequitas de trapo, pintada la cara con tizones apagados o carritos confeccionados con una caja de cartón y unos botones, como ruedas. Cuando salíamos a la calle con aquellos artilugios, tan desmañados e ingratos, los demás niños de la calle se reían y hacían sonar sus tamboriles de latón, sin duda para arrullar los sueños de unas muñequitas con la cara como de porcelana y vestidos de moda. Luego, con el correr del tiempo, me pude enterar de que los Estados, los Gobiernos, los Organismos con mando en plaza, habiéndose dado cuenta de que no era aquel el camino que debiera tomarse para intentar al menos un cierto equilibrio plástico, ya que del equilibrio económico tampoco era cosa de hablar para no suscitar cuestiones, crearon, con la valiosa colaboración de los comerciantes del ramo y algún que otro poeta ternurista, días especiales que fueran como la justificación de la fiesta de los Reyes de camelleros, pajes, y desfiles musicales. Se hizo correr la especie entre los trovadores de la Corte de que las sociedades mediante el uso de leyendas tan conmovedoras como estas de los Reyes Magos o la de los milagros de Santa Rosa de Lima, se conseguiría al fin establecer en la tierra la paz y la cabalgata de los monarcas del oro, del incienso y de la mirra tendrían un cierto encaje social. Esta fue la Historia de este día que dicen de la ilusión, tal como me la contara mi padre, que era republicano. Cuando dieron en nacerme hijos, nietos y hasta biznietos, no supe qué regalarles, para ilusionarles, teniendo en cuenta que dada mi inutilidad para las labores propias de mi seso, no sabía, no sé, hacer muñecas de trapo ni carretones de cartón.

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