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Publicado por
Antonio Núñez
León

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PUEDE SER la canción del verano, como el anterior fue la del supercupón de la Once, a poco que se asienten las cosas después de las elecciones de marzo. Porque entre el «tengo chopitos, tengo tortilla, tengo jamón» y el menú a la carta del actual PSOE -ojo, el de ahora, no confundirse- de «tengo supremos, tengo agencias tributarias, tengo un pactón», así hasta diecisiete autonomías, uno prefiere quedarse con la copla del ciego. Los que seguimos en León porque, como decían inmisericordes nuestras abuelas, no nos prueba Madrid sentimos un pálpito en el corazón cada vez que sale en la tele un paisano que parecía haber triunfado allende las fronteras de la UPL y, de golpe, se ve sumergido en un proceloso mar de desgracias cuando iba para «leonés del año». Es el caso estos días del secretario general del PSOE, Rodríguez Zapatero, que ha presentado un programa electoral circense a base de mantenerse él mismo en la cuerda floja -y un tanto pendulona- de las diecisiete autonomías de este país, que antes se llamaba España. Y, naturalmente, le crecen los enanos. De momento por lo menos dos: el manchego Bono y el extremeño Ibarra, que ya le miran por encima del hombro, cosa que, por ejemplo, nunca le pasó en el PP a Fraga, más conocido en círculos izquierdistas del Manzanal para acá como «el capón de Villalba», y que perdone don Manoliño. Ha dicho Ibarra que, lo que es por él, dejaría fuera del Congreso y del Senado a todos los partidos nacionalistas, cosa que no deja de tener cierta lógica porque si el vasco Ibarretxe y el catalán Maragall no quieren estar en España a ver qué pintan en Madrid. Se le ocurre a uno que lo que ahora se entiende por España es lo más parecido a cierto edificio de la calle Ordoño que, allá por los setenta, se conocía como «la casa del chupa-chups» por la cantidad de vigas y palos que lo apuntalaban en la fachada, lo mismo que hoy sostienen nacionalistas y regionalistas a tantos minigobiernos del PSOE, desde Cataluña, Aragón o Cantabria hasta Andalucía o Baleares, pasando por el Ayuntamiento de León. La entrañable casa de Ordoño II terminó cayéndose, lo mismo que el gobierno de la enseimada mallorquina o más recientemente el de la comunidad de Madrid, lección que al líder socialista leonés no le entra en la mollera a pesar de ser, más o menos, de la quinta política del chupa-chups. Sobre el futuro de Zapatero los comentaristas políticos auguran, en general, una caída a plomo: los más ecuánimes basada en la ley de la gravedad de Newton (las cosas en el PSOE no pueden estar más graves), los enteradillos de economía en las leyes de la Bolsa después de su irresistible ascensión en el partido (todo lo que sube baja) y los escépticos en la ley de Murphy, aquella que dice que lo que es susceptible de ir mal seguro que se complica. Sólo algunos optimistas de aquí seguimos pensando que, como las cosas no le pueden ir peor que ahora, cualquier año de estos tienen que mejorar. Es tal el circo que se ha montado en torno a las propuestas de Zapatero para llegar a La Moncloa, tan espectaculares como peregrinas de autonomía en autonomía, que no pocos las comparan con la empresa de Ángel Cristo. A lo que ha contribuído no poco el propio Zapatero comparando su partido con «lo más parecido a España». «Nos ha jodido que sí», confirmaba de coña el jueves nuestro dibujante Juárez en su feliz viñeta del chiste diario mientras remendaba con esparadrapo el mapa nacional para tapar los rotos y descosidos de Euskadi y Cataluña. Como que se nos cae la carpa. Volviendo a la casa del chupa- chups se nos ocurre ahora que la salida política más airosa para Zapatero -y la más segura para todos- podría ser la de apuntalar él mismo lo que queda del Estado poniendo cara de palo en la oposición otros cuatro años mientras el gallego Rajoy restaura lo poco que queda del antaño emblemático e histórico edificio de la nación, tan antiguo que lo heredamos ya de los romanos, cuando se llamaba Hispania, así a secas. Porque lo de empezar la campaña electoral al grito de «fuerza y valor», como hizo esta semana en un mitin, copiando las arengas de los pretorianos romanos en la película Gladiator nada menos, da bien en la tele pero no va más allá de la pantalla. Las películas de romanos están ya muy vistas y más de un veterano militante socialista podría deprimirse aún más al confundir la consigna con aquella otra de «ave, chaval, los que van a morir te saludan». En cuanto al señor obispo no para de rezar en latín por la buena suerte del feligrés Zapatero y de repetir la letanía de «sursum corda» todo el rato, que quiere decir arriba los corazones. Amén.