Diario de León

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ASOMBRA EL HECHO. De todos los fenómenos de la naturaleza, el que me tiene más intrigado y perplejo es la fascinante gimnasia rítmica de los bancos de peces, su precisión en bloque, miles y miles girando a la vez en la misma dirección, en el mismo instante. Es una danza sincronizada en sinfonías, fugas y tocatas arrebatadas cuando se advierte peligro, muerte o susto. La cuestión es: ¿Cómo advierte el pez de la cola del bando que el de la cabeza acaba de ver un tiburón? ¿Cómo se transmite esa señal de peligro desde el cabo hasta el rabo sin pasar por un sargento, a fin de que todos a la vez ensayen una matemática maniobra de huída?, porque cuando tiene que huir una maraña de peces -marallo de truchas, dicen por aquí cuando las ven frezar por este tiempo-, todos lo hacen a la vez; no sólo en centésimas de segundo, sino en la misma dirección y grados, giro automático, misma velocidad. Admirable. Yo pensaba que lo lógico sería lo que ocurre en este pueblo nuestro, que en viéndose o intuyendo algún peligro, todos saben que tienen que eludirlo, pero cada uno lo hace en una dirección distinta y con sus bultos e intereses a cuestas o en la boca, dándose hostiazos todos. Pues no. Los peces y casi todas las especies sociales (el hombre, al parecer, también lo es, aunque sobrarían datos para demostrar lo contrario) disponen de un sistema instantáneo de intercomunicación, un mecanismo de alerta y respuesta orientados a un único y común objetivo: salvarse todos, persistir, crecer. ¿Cómo lo consiguen? ¿Quién dicta la orden en una nube de peces y cómo le llega al alevín que va cegado dentro del mogollón sin ver nada? No hay truco ni cables; del cerebro de un pez al de otro sólo hay agua. Serán ondas, supongo, magnetismos, calambres nervisosos de un arcaico sistema de información que el hombre olvidó en su evolución, porque lo suyo propio es la dispersión y no el agrupamiento, el sálvese quien pueda... y el que venga detrás, que arree. Muchos pájaros en bando hacen igual, pero sin la mitad de salero y espectáculo que los peces. El hombre, per natura y listura, propende a trincar, acaparar o establecerse por su cuenta olvidando al grupo y perreando con el resto. Una pregunta: ¿Quién la está cagando, el pez o el hombre? Y una duda morrocotuda: ¿Quién sobrevivirá a quién?...

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