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LUIS ARTIGUE
León

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SÍ, TODOS SOMOS ese tipo guapo, sofisticado, arrogante, enérgico, de vida emocionante y sexualmente activo pero sin implicaciones emocionales. James Bond, como todo mito actual, no dice tanto de quién somos como de quién queremos ser. Y lo realmente destacable es eso, que habla indirectamente sobre nosotros, que hay un más allá del entretenimiento. El agente 007 aparece hoy en esta columna porque acaba de ser presentada en El Albeitar «James Bond contra Goldfinger», una didáctica e interesante guía de cine para ver y analizar el film. Todo un meritorio manual para cinéfilos publicado por la Editorial Octaedro, y del que es autor el leonés Gonzalo González Laiz. En dicha guía se explica de forma fluida los antecedentes literarios del mito Bond. Así descubrimos que el personaje surgió de la pluma de Ian Fleming, un «acaudalado ex-espía de guerra y periodista británico que decidió ponerse a escribir, según sus propias declaraciones, para evadirse del shock que le produjo haberse casado a los cuarenta y tres años. Esa «evasión» engendró un hijo real y una serie de exitosas novelas, exactamente 14, publicadas año a año a partir de 1953». El autor de la guía, aunque empedernido cinéfilo, nos deja entrever sinceramente la superioridad narrativa del original literario frente a su reproducción cinematográfica, tan matizada y corregida con el paso de los años. Nos habla también de la importancia de las películas de James Bond como efecto propagandístico en el contexto de la Guerra Fría, y en el posterior contexto del auge tecnológico de los años 70 y 80. Nos instruye igualmente disertando a cerca del predominio de la acción frente a la sofisticación por exigencia del público de los 90, y termina elogiando la buena salud cinematográfica que aún goza el mito actualmente, tras cumplir ya 40 años en la gran pantalla. Estamos, según el autor, ante un género cinematográfico muy demandado por el público e imitado por los guionistas pero, en general, poco estudiado y superficialmente visto. Y, como precedente y símbolo de ese género, establece ésta, «James Bond contra Goldfinger», como película emblemática, germen del mito y objeto del análisis concreto de esta guía. Sorprenden los acercamientos críticos que el autor nos descubre sobre película, como la mirada semiótica con la que la analiza Umberto Eco, ciertas aproximaciones marxistas y folklóricas y el análisis profundamente estructural del propio autor de la guía. James Bond es una exageración divina para que disfrutemos los mortales al tiempo que, si andamos listos, podemos extraer cierto mensaje moral. Pero no hay catarsis en las películas de James Bond porque eso sólo se lo podía permitir un público elevado como el griego. Los espectadores, entre los que me incluyo, somos mucho más primarios: nos dejamos embobar por la fantasía con apariencia de realidad, y ya está. Pero bueno es saber que existen ciertas razones profundas por las cuales un mito llega a cuajar entre la población, y consigue formar parte de la iconografía y los sueños de varias generaciones. La principal hazaña de James Bond es seguir siendo un personaje vigente entre nosotros tras tantos años. Todos los hombres, por exceso o por defecto, por razón u omisión, tenemos algo del machismo refinado de James Bond como a todas las mujeres, creo yo, se les cuela consciente o inconscientemente algo de la superficialidad mema de Marilyn. He ahí la homogeneización, la cosificación, la construcción cultural del género, la apelación del cine a los instintos, el intento de igualarnos a todos por lo peor. Ya que el cine piensa en el público en masa detesta al individuo, y crea por eso mitos multitudinarios, eternos y elocuentes que nos engrandecen al tiempo que nos insultan. He ahí la dualidad del espectáculo. Pero al espectáculo no se viene a pensar sino a distraerse, dirían algunos. Pronto estrenarán la nueva entrega del agente 007. El espectáculo debe continuar. Pero, para mentes inquietas, aquí está esta guía. Todos somos James Bond.

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