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SI LETIZIA ye pequeñina y galana como la Virgen de Covadonga, de Cascos dicen en su Asturias lo contrario, ye grandón; recuérdese en este extremo el viejo cartel o pizarrina que se colocaba en algún chigre y rincón tabernario del Principau advirtiendo: «Prohíbese cantar, blasfemar... y ser grandón». Cascos, pues, anda prohibido entre alguna asturianía. Tiénenle su tirria sarracena y, cuando se especula ahora sobre su futuro político tras haber anunciado que no concurrirá a las próximas elecciones, hay quien aún ve la posibilidad de que Mariano (entre algunos populares gusta llamarle así para sentar una familiaridad que a lo peor ni existe) le pueda hacer ministro o darle un chollo, aunque toma más cuerpo la posibilidad de convertirle en el Fraga asturiano como si le invistieran de jubilación jubilosa. Y ni por esas. Ya no manda en las Asturias como mandaba; ni siquiera en su feudo particular del pepé gijonés. Ser profeta en tierra propia no es manzana de árbol ibérico; y si fuera manzana, hácenla sidra. Allí hay gente de su fracturado partido que le canta lo de «se va el caimán (o el dobermán) para Barranquilla» como lo cantó el rojerío a Franco cuando fue depuesto por la muerte. Puente de plata al que huye... y echa otro culín pacá. Será difícil encontrar otro asturiano como Cascos que haya barrido tanto para casa, pero la ingratitud -en Oviedo o en Alicante- es el contravalor con el que en este país se saldan las deudas gordas. Lo dijo Fraga: «Cascos ha sido un gran secretario general, un gran ministro, y ahora dejemos a los roedores que roan si pueden». Por eso le endosan el viejo chiste de la cumbre hispano-alemana de ministros de Fomento. El alemán sugirió pasar de protocolo y hacer las reuniones en sus respectivos domicilios. Fue Cascos a la casa de Baviera del ministro alemán, enorme casa, bien dotada, grandes coches. ¿Y esto de dónde te ha salido? Le llevó el alemán a la ventana y dijo ¿ves aquella autopista?... pues el cinco por ciento. Cuando le tocó al alemán venir a la casa del español (no menos dotada y grandiosa) le preguntó ¿y esto tuyo? Le llevó a la ventana y dijo ¿ves aquella autopista? El alemán, desconcertado, replicó ¿dónde, qué autopista?... Pues eso... Pero lo gracioso es que ahora a Cascos le llaman el «audi». ¿Por?... Pues porque ya tiene cuatro anillos.