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CRÉMER CONTRA CRÉMER

Teobaldo de la Valtierra

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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RELEO las notas que me dejara, después del famoso viaje jacobeo a Santiago: «Lo único que podía sostenerse con alguna certeza, era que Teobaldo nunca llegó a Santiago». Y a fe que emprendió la santa marcha santificadora con devoción y propósito de la enmienda, a fin de alcanzar las indulgencias, limpio de pecado. Pero no pudo ser y no fue. La leyenda santificante de Santiago ha calado siempre hondamente entre nosotros los leoneses, hasta el punto de que cuando me fue dado a mí alcanzar las gracias del jubileo, me acompañaban en tan memoriable ceremonial, gente de toda condición y de confesiones nada garantizadas. Les había ateos gracias a Dios y viajeros de buen aire, ansiosos de aventuras. Y la tierra leonesa, de la que salía el místico Teobaldo, que iba para capuchino, se aprestaba, llegada que era la ocasión para recibir a los caminantes de bordón y chambergo, con todos los acomodamientos y regalos que la religión demandaba para sus siervos más sacrificados. Abrió centros de acogimiento y descanso, lugares para el reposo y la recuperación, figones para el buen yantar del hambriento de marcha, y hasta centros sanitarios se montaron a lo largo de la ruta, para que ninguno de los peregrinos se viera desatendido en momentos de flaqueza, enfermedad o accidente. Los Municipios de la Ruta santiaguesa libraron cantidades copiosas y establecieron a lo largo del camino, centros sanitarios en los cuales le era posible al enfermo curar de sus muchos quebrantos, así fueron los cogidos al azar erótico de un mal encuentro. España, y naturalmente León, que tanto había contribuido a la creación de la gran nación de Santo Martino, de San Froilán, de la Virgen del Camino y de santísimas ermitas milagrosas, convirtieron la aventura del Santo del caballo blanco, a cuyo grito, los caballeros de armas, solían cerrar España (¡Santiago y cierra España! es todavía el grito de guerra santa o cruzada) en ceremonial de rango superior, y se entregó con tanta devoción, pasión y sentimiento al ceremonial, del Santo compostelano, que no se regateó ni tiempo ni dineros, para convertir el evento en motivo fundamental del sentimiento español. Santiago fue, además de Patrono de las Españas, centro de irradiación de todos los fervores. Y si nunca fuera León parco si trató de honra y dineros imagínense cuánta no sería su generosidad hasta cubrir satisfactoriamente todas, absolutamente todas, las necesidades derivadas de la gran proclamación santiaguista. Teobaldo de la Valtierra se entregó a su andadura con tal pasión que llegó incluso a enfermar. (Que también de amor santo se enferma y hasta se muere uno). Y dado su estado, fue ingresado en uno de aquellos centros de salud establecidos con dineros laicos para el buen andar del peregrinaje. Murió en el intento. Porque era tan larga la lista de espera del hospital al que se acogió que, apenas habían transcurrido tres meses y ya no quedaba de Teobaldo de la Valtierra, más que la referencia que de él daba una monjita como de las de Teresa de Calcuta. Y cuando contaba en el consabido filandón de mi pueblo, la triste aventura de Teobaldo, alguno de los descreídos de la reunión rubricó el caso: -¡Anda, la órdiga! Le sucedió lo que al Paciano, que murió con el volante en la mano. Como los camioneros.

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