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La kilometrina funciona

Un diabético leonés camina 25 kilómetros cada día, desde hace quince años, para controlar su enfermedad. No sigue ninguna dieta estricta y nunca sintió la necesidad de inyectarse insulina

Publicado por
Vicente Pueyo - león
León

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Hay una hormona llamada kilómetros, la llamaremos kilometrina. Y otra llamada fuerza de voluntad. Cuando las dos se juntan se convierten en insulina de la mejor calidad que escolta a la glucosa hasta el interior de las células. Y se convive y hasta se dialoga con la diabetes como se haría con una amiga íntima de fidelidad contrastada que no te abandonará mientras vivas. Juvenal Delgado, que durante muchos años tuvo una armería en la calle Ancha, tiene ahora 70 años y en 1989, cuando le diagnosticaron la diabetes, algo se nubló en el horizonte pero pronto descubrió esas hormonas infalibles. «Ahora no me privo de nada; si se tercia me como una fabada», comenta mientras echa el azucarillo en el cortado del bar de Villaquilambre donde se detiene todas las mañanas antes de seguir su caminata. Viene andando a buen ritmo desde León y luego regresa por Villaobispo y La Candamia. Sale a las diez de su casa y vuelve alrededor de la una y media. Allí, otra rutina: controlar el nivel de glucosa. La kilometrina funciona. Se toma dos pastillas al día. «Pero nunca me he tenido que inyectar insulina», dice con un punto de orgullo. Por la tarde, de cinco a siete, otro paseo. Llueva, nieve, granice o caiga el sol a plomo; la pereza no existe. Ni un solo día abandona esta rutina que para él es sinónimo de salud y, para su mujer y sus tres hijos, un ejemplo de tesón admirable. Su cuentakilómetros es una pequeña agenda en la que anota la distancia recorrida cada día que ahora oscila entre los 20 y los 25 kilómetros. Sus únicas herramientas son un podómetro del que no se fía demasiado y una pequeña radio que le regaló su hijo. Con lo que camina en un mes podría ir y volver a la capital de España. Multipliquen ahora por quince años de pasos... Esta historia sencilla se dibuja cada mañana. Todo está en orden. El repartidor, el tren que pasa a su hora, los vecinos que saludan: «hola», «buenos días»... Juvenal forma ya parte del paisaje matutino en la carretera de Navatejera y Villaquilambre junto con su amigo Rafael, que se le unió hace algún tiempo en el tramo final hasta el mesón. Juvenal tiene tiempo de revisar de arriba a abajo toda su vida mientras cada día sigue su voluntarioso camino. Andar también tiene mucho de terapia psicológica. Marino, su hijo menor, no oculta un legítimo orgullo. «Lo que me asombra es que, a sus 70 años, nunca haya presumido de lo que hace y no creo que todo el mundo haga 700 kilómetros al mes. Animaría a que sigan su ejemplo las personas que sufren diabetes para que sean capaces de afrontar esta patología».

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