A LA ÚLTIMA
Zapatero-Rajoy, un debate inexcusable
LOS ÚLTIMOS debates entre los dos aspirantes máximos a la presidencia del Gobierno se celebraron en España en 1993 con motivo de las elecciones generales que tuvieron lugar aquel año. Los escenarios fueron las cadenas privadas de televisión Antena-3 y Tele-5 y, como se sabe, los contrincantes eran Felipe González y José María Aznar, este último como aspirante a ocupar el Palacio de la Moncloa, cosa que no consiguió. Fueron dos acontecimientos políticos de extraordinario interés y la audiencia rondó los diez millones en ambas ocasiones. Después ya ha sido imposible repetir la experiencia. Recuerdo que el primero fue ganado por José María Aznar, al parecer porque González lo había infravalorado y no preparó debidamente el debate, incluso apenas durmió la noche anterior porque regresaba de viaje de no sé dónde. El segundo lo ganó Felipe González, que ya no menospreció a su contrincante, y eso le sirvió para ganar unas elecciones que el Partido Popular creía que ya tenía en el bote. No fue así. Estos debates son ahora mucho más necesarios que nunca, dadas las circunstancias. Las circunstancias actuales son que el Partido Popular controla el poder absoluto, todos los poderes del Estado, y también el poder informativo y comunicacional, valga la palabra, en su parte sustancial. La equidad y la igualdad de condiciones políticas es ahora mismo una quimérica flor alpina. Un mínimo reequilibrio sólo puede venir de unos debates cara a cara, en igualdad de condiciones, ante la totalidad de los españoles. Si eso fue posible en 1993, cuando todavía gobernaba el Partido Socialista, a mí que nadie me venga con el cuento de que no es posible ahora. Negarse al reto, que no es reto, sino exigencia de cajón, de José Luis Rodríguez Zapatero, es o sería algo inexplicable, bueno, explicable sólo desde el flanco del presunto miedo que Mariano Rajoy tendría a arriesgar un cara a cara o dos, de aquellas características. Porque ahí no valen gaitas, ni campañas unilaterales, ni monólogos triunfales, ni afirmaciones sin respuesta o sin respuesta inmediata. El debate cara a cara es la hora de la verdad de todo líder que aspire a gobernarnos. Por lo menos eso se les tiene que exigir.