CORNADA DE LOBO
El suicidio
ROVIRA HABLA con Eta y lo justifica diciendo que es mejor dialogar que seguir muriendo, pero a continuación se niega a hablar con todos los medios informativos nacionales que no le caigan bien (porque es mejor no dialogar y seguir matando al mensajero, cabrá suponer). Sobre Rovira llovió esta semana un enorme lago de tinta gorda, pero es de corcho el tonelete y flota sobre su Tiberiades de ignominia, palangana de sangre donde aprovecha y se lava la manos. Estableciendo un contacto oficial con la peña etarra, ¿qué pretendía?, porque no cabe suponerle tan cretino que esperara él solito resolver esta tralla de terror y sin final. Entonces ¿a qué fue? Recemos a san Pascual Bailón para que no haya ido a aprender modos y aplicar el cuento a sus cuentas. Ha ido, dice alguien, a fumarse su particular pipa con los arapahoes y a hacerse amigo del primo de zumosol que tiene el tomahawk por el mango y en el mango una culebra; trabó negocio y negoció una excepción: a mí no me pegues, que llevo gafas. Ya le vale... Cuando la campaña electoral catalana, dije algo de Rovira en una tertulia de «Protagonistas» que no sentó bien y me replicaron que el tipo no estaba bajo sospecha, que repudiaba el nacionalismo radical o violento, que era una excelente persona de pulcritud democrática y que había jurado en aquellos micrófonos que sería expulsado de Esquerra todo el que invocara una pistola. No pude entonces añadir mis cuitas receladas. Cada vez que nos acostamos con un nacionalismo de críos nos levantamos cagaos; y siempre que en este tiempo de universalidad e interdependencia del género humano oigo hablar de nacionalismos emergentes recuerdo a aquel pastor de ovejas al que un día su nieto le enseñó el tren eléctrico que le habían traído los Reyes; enarboló entonces la garrota y de cuatro mandobles escacharró por completo el juguete. El crío berró y su madre exlamó indignada, ¿pero por qué? Pues porque a estos bichos, dijo el viejo pastor, o les matas de pequeñitos o cuando crecen te arrasan los rebaños... La obsesión nacionalista es siempre una frontera; y la frontera, una muralla; y la muralla, una tronera de cañones; y esos cañones se retacan con pólvora de tirria y desencuentro. Se busca el privilegio y el «yo solo». Pero todo lo que no sea solidaridad acaba en suicidio.