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Publicado por
LUlS ARTIGUE
León

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LOS PREMIOS siguen siempre una lógica que el corazón no entiende. Ahora que se hace público el fallo de los Premios de la Academia Cinematográfica Española -los Goyas- vamos a hablar aquí del péndulo de la sensibilidad, de la escalera mecánica de la suerte, del agua cristalina de la empatía. Sí, hablemos sobre la lucidez sencilla y sin efectos especiales que hace de algunas películas leyes morales, instantes de belleza submarina, senderos, espejos, puentes o conjuros contra la adversidad. Historias escritas desde dentro y filmadas desde todas partes que nos iluminan y ayudan a recordar por qué agradecemos que exista la creatividad. Está nominada en la categoría de mejor película la última obra de Isabel Coixet Mi vida sin mí y, por si acaso no gana, voy a hablarles hoy sobre ella desde la emoción como si eso sirviera de algo; como si las palabras público, cine y sensibilidad encajaran bien en la misma frase; como si existiera realmente alguna forma de devolverle a esa gran directora y guionista parte de lo que me ha hecho sentir. La protagonista de este film es una madre joven y vitalista que podrías ser tú o podría ser yo: alguien sencillamente normal. A simple vista parece una mujer con poca suerte, pero bien mirado es una privilegiada. Sí, llama la atención que, ahora que la economía es una dictadura cruel, hay personas que saben y nos dicen que todas las cosas tienen la misma importancia. Ella se enfrenta de forma inoportuna y repentina a la noticia de que le quedan cuatro meses de vida, y a partir de ese arranque narrativo se desarrolla un argumento nada dramático sino más bien lúcido y humanista. Una historia elocuente y posible sobre el materialismo y el consumismo como meros errores de percepción, sobre la apariencia física y sus esclavitudes, sobre el verdadero éxito, la verdadera fidelidad y lo que de verdad importa. Sin duda la enfermedad, y la forma de encajar o enfrentarse a la enfermedad, da la medida de un ser humano. Esta película, esta historia impactante y subversiva como la belleza, nos ofrece una posibilidad visionaria y profundamente amorosa de enfrentarse a la degradación física. Está claro que nuestra vida no es una novela ni una película; que la muerte inapelable existe, pero son las películas como ésta las que nos hacen reparar en que sólo somos tiempo. Nuestra vida es una historia con final predecible, sí, pero ninguna historia depende del final. Hay un cine que nos entretiene, que nos adoctrina y nos atonta; también existe otro cine que nos hace pensar, pero por suerte tienen también su lugar en las listas de nominaciones de los premios películas como ésta, films que nos tocan un nervio del alma, y nos ayudan a vivir, y dignifican nuestra condición de frágiles mortales. Isabel Coixet, ese cruce cinematográfico entre María Zambrano, Safo y Marguerite Duras, ya había demostrado su talento en aquella otra pequeña joya que fue Cosas que nunca te dije . Ahora ha vuelto a nuestro corazón con Mi vida sin mí , y nos ha mostrado que hay creadores capaces de extraer verdades de la tristeza sin mentirnos con algún final feliz pues la vida, digan lo que digan las novelas rosas y las películas de Hollywood, siempre acaba mal. No sé si ésta película triunfará en los Goyas, pero a mí me ha conmovido y me ha ayudado a clarificar mi concepto de la vida. ¡Casi nada! Frecuentemente el cine, cuando nos habla sobre una mujer de la limpieza que consigue que su jefe rico se enamore de ella, o sobre un niño negro de los suburbios que llega a ser presidente, nos esta engañando. Sí, nos está llenando la cabeza de sueños aparentemente reales que son ciertamente mentira. Isabel Coixet -con lirismo reflexivo, humanidad e inteligencia- en su película Mi vida sin mí dice la verdad.