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CRÉMER CONTRA CRÉMER

El club de los cerebros

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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NO VA más. El día 14 del mes de marzo (marzo ventoso) tendrá lugar la gran aventura nacional de las elecciones generales. O sea el dicho día y mes, el elector, o sea, el hombre moliente y corriente, el pacífico y disciplinado hombre atenido desde tiempos ya inmemoriales a la obediencia debida, podrá hacer uso de sus derechos constitucionales y elegir a aquel, de entre las listas propuestas por los partidos que habrá de ocupar el estrado, escaño, silla o bando en el cual se sientan y se asientan quienes durante cuatro años impredecibles habrán de manejar nuestros destinos. La guerra ya ha comenzado, y cuando todavía los corresponsales intentaban descubrir los planes del enemigo, el partido del señor Rodríguez Zapatero ha ordenado el avance de sus líneas y ha desplegado parte de sus fuerzas atacantes. Y lo ha realizado, no como en la antigüedad inmediata, mediante el uso y el abuso de la retórica de Barrio, no a través de ofertas tentadoras de las cuales se suelen desprender los gloriosos tránsfugas, sino convocando a los hombres verdaderamente ilustres de la tribu, encomendándoles la función, el menestero o el compromiso de elaborar a mano un plan de combate. El invento no es bueno, pues ya en los albores de este período llamado de transición, lo intentó un diputado por León, de apellido curiosamente «Lozano», llamando a gentes de renombrado y probado prestigio intelectual y social. Ocurrió que el proyecto, al que prestaron de antemano su colaboración más entusiasta todos los llamados, se encontró con la absurda cautela de los considerados como veteranos o padres de la patria socialista y el proyecto quedó en lo hablado. Sin embargo, a pesar de los recelos, de las cautelas, de los prejuicios que la iniciativa despertara, en León, entre algunos de los más entusiastas quedó la idea de que la institución del tal «Club de los cerebros», que no eran, que no pretendían ser, sino mecanismos eficaces de entendimiento para el mejor resultado de la consulta general que se anunciaba, era o podía ser un acierto. Con aquellos y otros antecedentes derivados de la experiencia, el partido del señor Zapatero insiste y se dispone, mediante la creación de un grupo asesor de diez miembros (seis hombres y cuatro mujeres, coronar uno de los episodios políticos más sensibles y arduos de cuantos tiene registrada la historia hispánica. Y es que, según los técnicos en materia electoral o si se prefiere en política general, lo que descompone, quiebra y rompe la arquitectura de los partidos es lo que algún sabio llamaba egocentrismo cósmico total. El elegido, el propuesto, por el mero hecho de serlo se cree el señor del Universo y en posesión de todos los secretos, y actúa a su aire, sin atenerse a ninguna clase de consulta, entendiendo que el que manda es él. Y falto de soporte el gobernante no gobierna, impone. En esencia esta media de rodearse de valores humanos e intelectuales viene a corregir el sistema electoral por el cual el elector es obligado a elegir no al candidato que pudiera considerar con más altas cotas de sabiduría, de entendimiento y de voluntad, sino al que con más astucia y técnica consigue manejar las confusas voluntades de los colegas. Y eso, dígase lo que se quiera, viene a ser como aquella democracia orgánica ensayada por Franco, Franco, Franco... Rodríguez Zapatero lo sabe.

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