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TEDIOSOS, MELANCÓLICOS y decididamente cabreantes o deprimentes. Así fueron siempre los domingos. Y si es invierno entoldándose el cielo con nubes de panza gorda y oscura, son desquiciamiento, días de trapa echada, de tiendas muertas y de estar quietos o en vueltina de aburrida parsimonia, días hueros de galvana tendida, consabido retén familiar, tele a espuertas, sofá que balda, encierro que crispa... a no ser que te largues a la montaña a ver a Pepa y a Ful y a la crianza y acabéis todos en Almuzara disparando tenedores y cucharas contra una liebre con judías y un jabalí sin ellas (¡como estaba todo ello!), buena pitanza y sobremesa platicada. La montaña siempre está guapa, aunque sea invierno y lo gris esté en batalla bajando desde las peñas hasta enredarse en la mesa camilla. Ni siquiera bajo el frío la montaña parece dormir; rebulle en sus pardos quietos y se esponja en su hojarasca. Rebulle también la memoria en domingos así... y así los recuerdo, días de cine parroquial con escogolladero de pipas por todo el suelo, partida de futbolín en el Pata, pitillos sueltos en el carrín del cine Azul, callejeo picardeado e inútil y... visitas al asilo decretadas y en pelotón con todos los guajes de Acción Católica (ahora la acción es catódica). Íbamos a ver a los ancianos del hospital de San Antonio, gente de menester acogida a la beneficiencia provincial y alojada en dormitorios corridos que olían a peste antiséptica y de la otra. Les atendían monjas de toca volada y almidonada (era como llevar en la cabeza un cisne con las alas en planeo). Por todo presente llevábamos a aquellas antesalas de la muerte algunos caramelos y galletas para las paisanas y... ¡tabaco para los paisanos! ¿Pretendía esta caridad nuestra y tan cristiana acelerarles su tránsito a la tumba por la via nicotínica? Pues no lo sé; lo cierto es que había tortas por disputarse pitillos sueltos, farias y puros resecos de bodas olvidadas que llevábamos en bolsas, mogollón a granel. Fume, abuelo, fume... La descripción de aquel asilo siniestro y sus pacientes dolidos o mancados de alma es cuadro esbozado con miseria y despojo humano. Les envenenábamos con tabaco y picadura. Y en muchos bares había una hucha de caridad en la que se dejaban cigarrillos para los ancianos; así rezaba su rótulo. A pesar de lo nocivo, era un buen gesto, gran detalle.

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