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Algo que era elitista y femenino, se ha convertido en un producto para todos los públicos

Perfumes: un placer al alcance de todos

El secreto de un buen perfume es conjugar productos y sacar partido de sus atributos

La clave de una fragancia está en la concentración de sus esencias

Publicado por
T. Gómez - león
León

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Los perfumes ya se utilizaban 2.000 años antes de nuestra era para ser ofrecidos a los dioses y, posteriormente, para disimular el olor corporal de una sociedad poco aficionada a la higiene. En la Edad Media fueron un privilegio de la nobleza, alcanzaron su máximo esplendor en la Francia del siglo XVIII y comenzaron a popularizarse en el siglo XIX. El desarrollo de la química orgánica supuso que pasasen de ser extractos de productos naturales a convertirse en un complejo cóctel químico de moléculas cuidadosamente combinadas que han supuesto la creación de nuevas fragancias que marcan épocas asociando la idea de «glamour» y seducción. Marilyn Monroe elevó los perfumes a las más altas cotas del deseo erótico cuando al ser preguntada qué se ponía para dormir sorprendió respondiendo: «dos gotas de Chanel número 5». Aunque en ocasiones su olor pasa desapercibido para nuestro olfato y no somos conscientes de su huella, otras veces su sensación es tan poderosa que puede provocar rechazo o alterar nuestro comportamiento. El cóctel de esencias que constituyen un perfume es tan complejo que para captarlas es necesario tener una nariz privilegiada como la de un pequeño grupo de profesionales capaces de distinguir miles de olores, mezclarlos y conseguir una fragancia de éxito. Aromas y esencias Según se recoge en el libro El mono perfumad o (Michael Stoddart), las mejores esencias contienen componentes erógenos y aromas urinarios, fecales o animales que pueden llegar a disparar nuestra libido de forma inconsciente. Por eso, el almizcle natural, con su rasgo de producto urinario y amoniacal, es mucho más aceptado en un perfume que su variante sintética. Los aromas dominantes de una fragancia -lila, lirio-, es decir, los primeros en detectarse, están en las secreciones sexuales que despiden las flores para atraer a l os insectos polinizadores. Los olores medios -que determinan el carácter del perfume-, se obtienen de materiales resinosos que despiden los esteroides sexuales de muchas plantas -jazmín, lavanda, geranio, pachulí-. Por último, las esencias base, las que permanecen y fijan el conjunto, son las que atraen a los mamíferos por su olor fecal o urinario -ámbar, almizcle, algalia-. En la actualidad, los modernos perfum eros aprovechan las resinas de las plantas -benzoína, ládano, mirra- para dar cuerpo a las fragancias y añaden ingredientes animales para fijarlas añadiendo ámbar -procedente del intestino del cachalote-, almizcle -ciervo almizclero del Himalaya-, o algalia -fluido amoniacal que secreta la bolsa anal del gato de algalia-. Afirman los expertos que el secreto de un buen perfume no es equilibrar productos, sino conjugarlos, y sacar partido de todos sus atributos teniendo en cuenta que no todas las esencias son compatibles. La percepción del olor comienza en el interior de la nariz, en cuya cavidad hay entre 10 y 100 millones de neuronas olfativas cuyos axones o neuritas o prolongaciones se reúnen en el bulbo olfativo para transmitir la información al cerebro donde será percibida conscientemente y almacenada en la memoria para su reconocimiento y donde se hace consciente la sensación de estar percibiendo un olor. Aunque durante mucho tiempo se pensó que sólo existían siete clases de olores -alcanforado, almizclado, etéreo, floral, mentolado, picante y pútrido-, hoy día se sabe que son al menos 4.000, con estructuras muy variadas, lo que dificulta la tarea de los investigadores que tratan de descubrir cómo funciona nuestro aparato olfativo.

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