CRÉMER CONTRA CRÉMER
Todos eran valientes
LA VERDAD es que tal vez a mí no se me alcancen los valores reales que puedan tener ciertas estrategias electorales y por tanto a la hora de las valoraciones y de los consejos, caiga en errores tan de bulto que acaben por confundir al personal. Pero, sin ninguna razón ni científica ni política que abone mi entendimiento, creo que los señores candidatos a todo, ya presentes en nuestra pantalla de cada día, nos están embarcando en una nave averiada, en la que naturalmente podemos perdernos. La prensa, los medios audiovisuales y los que no lo son despliegan ante nosotros la efigie de personajes amigos, gentes de nuestro conocimiento, con los cuales hemos convivido cordialmente y a los que, sin duda, es posible que hasta les debamos algún saludo o tal cual gesto de amable compadreo. Todos estos señores son candidatos: al Parlamento, al Congreso, a la Presidencia, al Escaño o simplemente a que en la hora difícil de votar, les tengamos en cuenta y naturalmente les votemos. Y esta es la cuestión: ¿A quién de entre los propuestos por los partidos, los comités o los responsables políticos hemos de votar nosotros, que ni les hemos elegido, ni, en algún caso tal vez ni nos importe demasiado que consigan o no «el puesto que tienen allí»?... Parece que la incógnita que intento despejar no es tan fácil, porque por ejemplo, es un decir y solamente porque tengo ante mí un nutrido cuadro de candidatos presentados en el periódico, me permito la licencia de reproducirle: Mario Amilivia, para el Congreso; Juan Morano Masa, para la Cámara Baja; Fernando Arvizu para el Senado; Carlos López Riesco, para lo que fuera menester; Mar González Pereda, ídem que ídem; Trinidad García, para el Congreso; José Antonio Alonso, apuesta personal de Zapatero; Amparo Valcarce quiere repetir; Charo Velasco, para el Congreso si queda; Antonio Canedo berciano de pro; Ana Luisa Durán para lo que el partido mande; Miguel Martínez, para el Senado; Germán Fernández cabeza visible de partido participante; Guillermo Murias, para lo que sea necesario y Pedro Muñoz, que se aventura a figurar en la lista leonesista. Total, quince hombres sin piedad electoral, a los cuales debemos votar en razón de los méritos que les son reconocidos. Sí, pero ¿quién les situó en el puesto que ya tienen? ¿Contaron conmigo para componer las listas? ¿No resultaría más democrático, más lógico y más justo permitir que el elector elija por si y ante si a sus candidatos? ¿Tanto les alarma a algunos la reforma de la ley electoral que implicaría la apertura de las listas? Por lo que a mí concierne me siento amigo de todos los señores y señoras de la lista y me causaría una tremenda desazón comprobar que al final de la batalla, alguno de mis amigos resultó muerto. En alguna circunstancia auténticamente histórica y transcendente, acaso me permití aconsejar la abstención como medida de presión ante abusos electorales tradicionales. Hoy, sin embargo, me apresuro a solicitar de todos la asistencia a las urnas y el cabal cumplimiento de un compromiso importante de nuestro azar social. Pero al elector se le está pasando la patata caliente de la idoneidad de las listas electorales, en las cuales ¡ay! aparecen amigos de cuya capacidad y honestidad tengo constancia y que, en este juego inglés de las elecciones pueden quedar en la cuneta. Y esto es para meditarlo.