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LOS QUE ODIAMOS por escrito nos recalentamos el buje y nos envalamos a veces de forma tan obscena, que da la impresión de que algunos asuntos nos los tomamos como cuestión personal y, además, «causa belli». A Felipe González se le odia en este país con antigua y rebozada tirria sarracena y le meten rejones y varas cargando el cuerpo en la lanzada y mirando al tendido. No ha hecho más que asomar dos veces en la tele y ya se ha inaugurado la zarracina, se desató sobre su nombre la catarata del improperio y del leñazo con cachiporra como en los guiñoles de brutos y princesas. Escribió un artículo en El País y le han hecho los subrayados con navaja barbera. Todos los periodistas y mediáticos que se conjuraron hace diez años para tumbarle a toda costa y a toda tralla en emisoras, escandaleras, teles y rotativos se han activado ahora en resorte automático. Le zumba el mango. Echan en las esquinas de artículos o programas azufre a manta como se hace en las calles de cascos viejos cuando vuelven ratas. Me sorprende tanta inquina, tanta militancia en el mandoble sistemático. Con tanto gran enemigo desatado en furias le acabarán haciendo grande, enorme. Algunos de aquellos periodistas conjurados siguen dándole en el cogote a Felipe, pero ya no muestran tanto ensalzamiento y vítores a Chemy Ansar (de soltera Aznar, Jose Mª, antes de su boda con Bush). Otros no, persisten en recrecerle la talla de estadista sacando la manida retahila de incriminaciones a Felipe: «dejó a España al borde del desastre -dice Capmany- entre crímenes de Estado, corrupciones a troche y moche, pelotazos de órdago a la grande, expolio de fondos reservados, convolutos, trinquis, manguis y nepotismo» y no le cupo más tornillería en el trabuco porque era recortada la escopeta y el artículo (para crimen de Estado, lo de Irak, ya ves, invadido y asaltado y escarnecido cuando ha resultado libre de los cargos que se le imputaban; y de corrupción popular, ni hablemos, que también vomitamos). Lo que pasa es que Felipe le temen como a tormenta de mayo. Saben lo que pesa y lo que vale. Personalmente su honestidad está intacta, nadie le ha podido colocar un marrón o trinque. Lee, piensa, es juicioso. Saben que González bien podría decir «si me analizo, soy una mierda, pero si me comparo, soy la leche».

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