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LA COMISION PONTIFICIA de las comunicaciones sociales acordó hace meses nombrar a san Isidoro patrono de usuarios y programadores de Internet. En su época goda, sobresalió este santo compilando y ordenando el desbarajuste de saberes, leyes y modos. En aquella realidad hispanogoda cada cual iba a su bola; y ríete de estas autonomías; aquello sí que era bronca autonomista hasta partirle el cráneo al vecino los martes y los viernes. San Isidoro compiló tratando de orientar pastoralmente las recetas. Fue obispo de Sevilla. Allí murió, allí le enterraron. Y hasta allí llegó una legacía leonesa a buscar sus restos porque la basílica cazurra no tenía santo especial que vender y hacía falta uno para atraer peregrinos y limosnas. Hay dudas serias sobre si son o no de san Isidoro los restos que aquí se veneran. Démoslo por bueno, aunque buena puñeta le hicieron al santo, pues León podría ser el último destino imaginado para descansar sus cenizas, ya que dejó escrito el obispo amanuense su desprecio por las gentes cántabras y astures, gentes bárbaras y de mal acomodo. Le castigó el cielo por ello. Isidoro era sevillí de gustos y refinado en talentos, aunque el bulto de algunas burradas suyas no pasaría hoy ni por el Arco de la Cárcel, permítanme los cielos la sinceridad cruda. Jamás podría haberse cautivado o conformado con una ciudad cuadrangular, amurallada, cuartelón romano abandonado, ciudad maloliente con regueros de aguamierda en cada calle llena de cagajones de jumento y jaco. A buen seguro el santo vivó en Sevilla en caserón de patio enorme o en monasterio con huerta y jardín de cármenes, rosa y azahar. El norte, este destemple leonés, debía aterrarle. En contra de su voluntad trajeron sus cenizas. Resígnate y baila. Allá en el cielo, los compañeros de santoral le daban palmadas de consuelo diciéndole cosas como «peor lo tiene Santiago, y era apóstol; de la cálida Palestina le trajeron al lugar donde más llueve en España y allí lo tienen entre losas y granitos siempre mohosos y llenos de verdín, ya ves, con lo reumático que era el pobre cada vez que dormía junto al lago Tiberiades». Pues bien, las mismas palmadas de condolencia (o envidia) le dieron al santo al saber que le hacían patrón del «internés»: Te vas a hartar de tetas y demonios; que Dios te coja confesado, Isidoro.