Diario de León

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BLANCA Y RADIANTE iba la novia... y no podía emitirse la canción en Radio Popular, emisora del obispado; no era tema radiante. No se emitió cuando fue exitazo nacional ni pudo hacerse después en jamás de los jamases porque la única copia de aquel tema estaba rayada a punzón con saña purificadora y redentora. La canción fue censurada por la autoridad de la casa, por el vicario censor, el boletín episcopal o la curia en pleno. ¿Y por qué lo prohibía la Iglesia y no la censura franquista que no era manca en tajar y sajar con el mandoble del integrismo? Evacuo mis sospechas. En la letra del tema se dice que «ante el altar está llorando, todos dirán que es de alegría... mentirá también al decir que sí y al besar la cruz pedirá perdón y yo sé que olvidar nunca podría, porque era yo y no aquel a quien quería». Ahí está el demonio, el pecado y la blasfemia, debió pensar el curilla censor, ahí, en la mentira ante al altar y ante Dios, en la hipocresía pecaminosa de la novia diciendo un sí con los labios y un no con los otros labios del sótano. Aquellos censores eran así, licenciados en Teología por la universidad de las catacumbas y doctorados en «De Re Puerca», veían lo que los profanos no alcanzábamos a junar y le echaban mucho seso y sexo al considerando velando por nuestra integridad moral. Vade retro esa novia que vicia de plano la virtud sacramental del matrimonio, ¡será puta y adúltera!, peca con el pensamiento en el mismo instante nupcial del sí, oh cielos. Y no sólo pecaría en ese instante, no; aberraría después a lo largo de su vida conyugal. Lo saben bien los curas que llevan dos mil años pegando la oreja al confesonario donde se escucha de todo (y lo que no, se interroga a bocajarro). Saben que cada vez que a esa novia la tocinee su esposo mantecoso o exija el débito conyugal, pondrá ella en su mente la cara del otro tipo, aquel novio que tuvo y la apretó, ¡adulterio mental! El sexo de entonces se hacía a oscuras y al palpo, ahogando el gritito y el chirrido del somier, que se despiertan los críos; y entonces la paisana (así sigue ocurriendo) puede imaginar más fácilmente que no es el tripón del marido quien holla su íntimo recato, sino el Newman, el Redford o un guaperas que le alivia y le ayuda a sobrellevar el trance. Esto lo sabía el cura censor y obró en consecuencia. Prohibió «La novia», la excomulgó de las ondas.

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