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CRÉMER CONTRA CRÉMER

Vivir de las comisiones

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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ESTA DE la Comisión, que en México llaman «La mordida» es profesión nueva y para cuyo ejercicio se requieren condiciones muy singulares, por ejemplo, de las comisiones no puede vivir el escrupuloso, el leal, el prudente y menos aún el decente, el honrado. Cuando algún pretendiente al cargo de «Comisionado o comisionista» adelanta entre sus atributos principales el de ser un funcionario honrado, (Yo soy pobre, pero honrado, declarará el infeliz) está condenado de antemano a no salir de menesteroso. Para hacerse merecedor de la comisión hay que disponer de un cuadro de amistades situadas en centros segregadores de nóminas que le puedan permitir al aspirante a vivir de la Comisión obtener pingües beneficios de su condición. Por el mundo moderno andan sin tropiezo y hasta con la consideración de personajes de alta alcurnia, individuos que lo mismo valen para un fregado que para un barrido y que viven y derrochan precisamente por el trabajo real de no hacer absolutamente nada. Declaran descaradamente: «De comisiones o torcidos se vive, del trabajo se puede morir uno». Y no trabajan en nada que pudiera requerir conocimiento, esfuerzo, sacrificio y generosidad. El beneficiado de la práctica de la comisión, no tiene otra titulación que la de prestarse a cualquier clase de enjuague, siempre que de ellos se desprenda una muy sólida comisión. Vive de los demás y ha conseguido la calificación de instrumento indispensable para la prosperidad del comercio, de la industria y de la navegación, sencillamente porque está en todas aquellas partes sociales de las cuales se desprende comisión. Se limita a ofrecer sus influencias cerca del político, del industrial o del empresario, a cambio de una ponderada comisión. Asegura que esta práctica no encarece el producto, sino que más bien facilita su tránsito y proporciona ocasiones para el mejor y más fácil desarrollo de la empresa. Hubo un tiempo en el cual, así que el comisionado culminaba su operación, ponía la mano y percibía claramente si la mordida era suficiente o convenía establecer determinadas líneas de flotación. Si el beneficiario de su tarea de intermediario cubría fielmente su menester, inmediatamente quedaba establecido como enlace indispensable para el desarrollo de la economía y si no exigía tratamiento especial era porque carecía de titulación universitaria y consideraba que su carrera era el resultado de una experiencia como especie dedicada a vivir del trabajo real de todos los demás. La práctica difícilmente ejemplar del que vive de la comisión, ha forzado los precios de todos los productos aptos para el trato, el mercadeo o la gitanería de tal manera que cuando se establecen las condiciones de uno o de otro trato además del censo fiscal de obligado cumplimiento, ha de determinarse cual es la cuantía económica de la comisión. La práctica de «La Comisión», me asegura el profesor de empresariales se ha extendido de tal manera en la Sociedad actual que puede decirse sin temor a error, que de una forma o de otra todos aceptamos la práctica de «la mordida». Desde el político de buen aire, al profesional del ladrillo. En esta sociedad, el que no dispone de un cupo de comisiones, no tiene más remedio que apuntarse al paro. 1397124194