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ERA UN PURO SEÑORITO porque era marqués, tenía renta larga, chorra corta y escopeta alegre. Descubrió Picos de Europa por encima del cañón de los cartuchos apuntando al rebeco y a lo que se moviera. Pero empapándose con tanto prodigio natural en Covadonga, Valdeón o Cabrales, acabó algo avergonzado de su furor escopetero para empezar a cazar y a emborracharse con la mirada. A él hay que agradecerle que el lugar fuera declarado parque nacional, el primero de España, allá por 1918. Era Pedro Pidal, marqués de Villaviciosa. Y se puso a cazar cumbres. Una en especial le obsesionaba, el Urriello, el Naranjo, allí donde Bulnes. Le roía los zancajos la idea de que aquel mito vertical pudiera conquistarlo un francés o extranjero antes que un español, así que se dispuso a convertirse en alpinista, se largó un mes a Chamonix para recibir clases de vértigos y piolés y, a la vuelta, se pasó por Londres, donde compró cuerdas, botas, equipo, arreos y todo el material que el alpinismo de entonces consideraba preceptivo. Regresó a Picos y preguntó quién conocía bien las peñas y el treparlas. Eso, le dijeron, nadie mejor que Gregorio Pérez, «el Cainejo», que de Caín era aquella cabra montesa. Le proporcionó el marqués botas de reglamento alpino, material de peña y allá se fueron a subir y bajar en un solo día el farallón aquel de los imposibles. Pero así que iban avanzando en una cordada que unía a ambos (el Cainejo tiraba del señorito y le abría vía), Gregorio le dijo al marqués que eso de las botas era una mierda y un disparate para el traspiés y el morrazo, así que se las quitó y decidió trepar por la roca como siempre lo hizo, descalzo y sin duelo, que su callo era ya como suela. Por entonces, en Caín iban muchos descalzos, sobre todo los guajes. De los cuarenta niños que acudían a la escuela, sólo dos o tres llevaban alpargatas. Descalzo el Cainejo, la ascensión fue un resbalar hacia arriba. Así coronaron y plantaron banderola en la cumbre. Gregorio Pérez se adelantó muchas décadas a lo que se entiende hoy como escalada libre, esa que se hace casi en leotardos y con zapatas de pie de gato grapando los dedos de los pies a las fisuras y usando las uñas como piolé. Me imagino el gustazo de la conquista y la frase: «Que se jodan los franceses». Ocurrió le gesta en 1904. Y ya pasaron cien años.