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SE AGITAN PÚRPURAS y monseñores cada vez que que tocan a arrebato en el campanario electoral. Es la consabida orientación al voto católico, las cartas pastorales con las que se ponen a navegar por los mares del César, que no son ni de Dios ni de Creonte; aún así, mira cómo reman. Juzgan hechos y programas y se posicionan. Condenan o alaban. Orientan. Esta vez emitirán un texto sobre la unidad de España en el que no veremos reflejada la sonrisa cínica y poco fraternal de obispos vascos y catalanes que llevan años pugnando por segregarse de la conferencia espiscopal española para que puedan pacer aparte sus ovejas, vaya ovejas. Hablar de la unidad de España es hablar, en el fondo, de fronteras. No parece que sea un tema para quien se predica a sí mismo desde un concepto de universalidad, que no otra cosa significa lo católico, el credo sin fronteras, la internacionalidad del reino de Dios. Han hablado también los monseñores de esa polvareda jurídica levantada por una sentencia que otorga la potestad patria a una pareja de lesbianas. En su derecho están. Pero también esperaba la bendita y a veces amodorrada feligresía que confesaran y enjuiciaran la persistencia en delitos sexuales por parte de un clero rijoso y sobón, corruptor de menores y escandalizador de almas. La conferencia espiscopal norteamericana al menos ha tenido la vergüenza torera de confesar lo evidente y pedir perdón por la tropelía, el magreo de rapazas, la violación de guajes y todo eso. Casi cinco mil curas yanquis fueron pillados in fraganti, muchos de ellos reincidentes hasta el vómito. El Evangelio es terminante en estos extremos: quien escandalizare a uno de estos pequeños más le valdría atarse al pescuezo una rueda de molino y arrojarse al abismo. Póngase la conferencia episcopal a repartir piedronas de moler, única medalla que cabe en estos casos colgada al cuello del pedófilo. Sostener y proteger al curángano de Peñarroya y a tantos más que en el delito han sido, no parece muy evangélico. La iglesia ha de confesarse de este crimen tan absuelto en la historia y tan escondido aún en estos días. Confiése el pecado «coram pópuli». Exhíbase dolor de contricción. Hágase cierto el propósito de enmienda. Y cúmplase la penitencia, que no será otra que esa piedra de molino. Y después hablen de lo que quieran.