LITURGIA DOMINICAL
La nueva regla de oro
No hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti. Trata a los demás como quisieras ser tratado. Tanto en su formulación negativa como en la positiva, ése ha sido un principio de comportamiento generalmente admitido por todos. Como se sabe ésa es la llamada «regla de oro» de todas las éticas. Es una norma clara, universal y concreta a la vez. Se basa en la convicción de que toda persona se ama a sí misma y que busca vivir en felicidad y armonía consigo misma. En consecuencia, toda persona debería presumir que a los otros les pasa lo mismo. La «regla de oro» supone que la persona no es autosuficiente ni puede vivir aislada, sino que necesita de los demás. En realidad, es una especie de proclamación del «contrato social». Con ella se nos dice que para el buen funcionamiento de la sociedad se preciso establecer el principio de la alteridad. Hace falta mirar nuestros propios intereses con los ojos del otro. Un ideal y una norma El evangelio no ha tenido inconveniente en asumir esta norma ética universal. «Tratad a los demás como queréis que ellos os traten». Esa frase se pone en los labios de Jesús. Pero el evangelio reconoce que ese principio está vigente también entre los paganos. Si uno cree en Dios, esa fe habrá de modificar su comportamiento con los demás. Ahí se insertan las exigencias más asombrosas de Jesús: «Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian» (Lc 6,27-38). A primera vista, esas frases parecen reflejar un masoquismo insensato. ¿Por qué habrían de convertirse en un ideal y en una norma? Si alguien se comporta así por debilidad, no demuestra una gran talla personal. Si lo hace por estrategia para sobrevivir en la jungla humana, habrá que reconocer su astucia pero no glorificar su heroísmo. Si lo hace por arrogancia, descalificaría su propia moralidad. Y si actúa así por desprecio hacia sí mismo, hay que calificarlo como un enfermo. Abispo de compasión Pero el mismo evangelio nos da las claves para entender estas paradojas: ¿ «Amad a vuestros enemigos¿ y seréis hijos del Altísimo». La razón para amar a los enemigos no se encuentra ni en la cobardía ni en la dejadez, sino en el ejercicio de la filialidad. Se nos pide actuar así, tan sólo porque así actúa Dios con nosotros. Los humanos amamos a alguien porque es bueno. Pero Dios nos ama para que podamos ser buenos. Su amor no es causado, sino causante y gratuito. Y así ha de ser el nuestro. ¿ «Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo». Según el evangelio de Mateo, Jesús habría dicho: «Sed perfectos, como el Padre celestial es perfecto». Para el evangelio de Lucas esa perfección consiste en el amor compasivo y misericordioso. Dios no sólo es el maestro de ese tipo de amor. Él es el mismo amor misericordioso. Amar a los que nos han hecho mal es la prueba de que estamos asimilando su talante. - Padre nuestro, que estás en el cielo, te damos gracias porque nos has amado cuando no éramos dignos de tu amor. Envíanos tu Espíritu para que tratemos a los demás como Tú nos tratas. Por tu Hijo Jesucristo que nos ha revelado el abismo de tu compasión. Amén.