Diario de León

SOSERÍAS

¡Insulte bien, hombre!

Publicado por
Francisco Sosa Wagner
León

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UNA VEZ le pidieron a Pío Baroja su opinión sobre Blasco Ibáñez y contestó: ¡gran comerciante ese Blasco! Y cuando a Benavente le preguntaron por el crítico teatral Enrique de Mesa, que le hacía críticas adversas, respondió «nunca me ha interesado la opinión que de mis obras tengan los muebles».He aquí dos insultos plenos, prietos, llenos de inteligencia y de mordacidad. Justamente esto, la habilidad para insultar es lo que uno echa de menos en el debate político pues los insultos que se usan son muy aburridos, carentes de imaginación y por ello expresivos del escaso caletre de quien los profiere, de su nulo ingenio. Tener a disposición las alcachofas de los micrófonos (un privilegio del que solo gozan injustamente los aspirantes a diputados) y desperdiciar tales ocasiones llamando «nazi» o «goebbels» a un antagonista me parece una prueba de reblandecimiento irreversible de las meninges. No se debe votar a un señor que incurre en tales banalidades porque llenará de banalidades el Diario de Sesiones y también las deliberaciones del Consejo de ministros ya de suyo y por naturaleza bastante banales y vanas. El insulto se debe cultivar como el arte bello que es poniendo en ello inspiración, fantasía, un punto de plástica y una coma de alegoría. El arte es capricho, un antojo de quien se puede permitir el lujo de hacer cosas inútiles siendo el insulto una de sus manifestaciones más simbólicas y ricas. De manera medida deben hablar solo los que dan las cotizaciones bursátiles y su santidad el papa cuando lo hace desde el balcón vaticano en el que cuelga su sermón como la colada que es de los grandes misterios evangélicos. Pero un político, que vive del refrito medio requemado del pensamiento ajeno, debe al menos expresar su mensaje con el florete que apunta y cosquillea. «Usted, don fulano, es un gusarapo que estudia con aplicación para gusano», se me ocurre como forma de atravesar las entrañas del adversario. O este otro: «no haga donación de su cerebro porque el destinatario no se merece tanta calamidad». O: «si se castigara el robo de ideas a usted se le impondría cadena perpetua». También: «ha adquirido usted una sospechosa habilidad para decir tonterías», «si usted cogiera un libro las letras huirían despavoridas», «su coche tiene algo de mortuorio porque en él se trasladan ideas fiambre», «pruebe a quitarse la corbata porque el nudo ahorca su originalidad», «no sea tímido, alguna vez podría tener la erección de un pensamiento...», «lo malo de sus ideas es que llevan faltas de ortografía», «su sintaxis es un campo de minas gramaticales», «cuando la ignorancia decide hacerse una foto, sale don Fulano». Y así seguido ... pero mejores. Un escritor alemán, Peter Handke, cosechó un gran éxito en el teatro por los años sesenta con una obra que llamó «Insulto al público» donde cuatro voces van lanzando ofensas a los espectadores. Esto lo hacía en el marco de ese tipo de originalidades escénicas tediosas en las que se quiere involucrar al personal cuando a lo que las personas honradas vamos al teatro es a ver trabajar a unos actores inspirados y a que nos dejen en paz durante un rato, que bastante cruz tenemos con escuchar noticias y leer los editoriales de los periódicos. Pero la idea de Handke me lleva a patrocinar la creación en los partidos políticos de un puesto de «insultador» como lo hay de asesor de imagen. Sería un «relaciones públicas» al revés, es decir, un señor hábil en indignar y en cabrear. Se trataría de un personaje que se bañara por las mañanas en mala leche y que se enjuagara los dientes con un ácido ponzoñoso, es decir, una suerte de áspid en nómina y con trienios. Un individuo que supiera que el insulto es pedrada impune porque no deja marcas, veneno manso, proyectil de pirotecnia, bala sin plomo, el tiro al plato en las casetas de la feria política. El insulto es el encaje del lenguaje, la cenefa ornamental y debería estar en el escudo de armas de todo parlamentario. En campo de gules que no de goles, demasiado vulgares.

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