Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

La buena sangre

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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CONVENCIDO de que hacía una buena obra y de que la virtud de la solidaridad se demuestra andando, fui y me dirigí al Centro en el cual se recogía sangre para enfermos, para accidentados, para maltrechos del corazón y para agónicos enamorados. La sangre es necesaria para vivir, me repetía mi tía la del pueblo, mujer sabia y absolutamente analfabeta, pero de un corazón grande como el castillo del pueblo y un talento natural de los que no necesitan ser sometidos a examen. Y como digo, sin pensarlo más, porque el que mucho discurre poco aprieta, me dirigí al Centro de la Fundación de Donantes de Sangre. Aunque acababa de cumplir ya tantos años que no me cabían en el cuerpo, pensé que todavía disponía de una reserva natural de sangre que podía valer perfectamente para algún arreglo. Y así que me vieron, no sin cierta ironía, me preguntó la bella señorita, vestidita de blanco, que al parecer había sido encargada de recoger toda la sangre que pudiera: «¿Y usted qué quiere?». «Yo nada, -respondí con voz humilde y mirada cordial como para no asustar-. Yo vengo a dar la sangre». «¡Ah, ¿es usted un donante?» «Pues entre otras cosas, sí, soy un donante». Y tomé el asiento que me ofrecía mi bella interlocutora. Comenzó un interrogatorio, que me recordaba lo del tercer grado de algunas películas de policías y ladrones: «¿De dónde es usted?» «De León, naturalmente, por eso vengo a este Centro a dejar mi sangre y no a Valladolid». «¿Cuántos tacos tiene usted» A mí lo de «tacos» no acababa de entenderlo, pero la bella muchacha, con una sonrisa como de monja clarisa, aclaró: «Me refiero a años, a los años que tiene usted». «Pues échele hilo a la cometa, compañera del alma, que salvo error u omisión, creo que ya he pasado la edad normal para el servicio militar». «¡Entonces no vale!» «¿Qué no valgo, para qué?» Dejé escapar una mirada de varón dominador y confesé a voces: «No pierda de vista que tengo cinco hijos, algunos de tantos años como la cerca de Alfonso XI, que algunos llaman muralla». La encantadora charcutera, encargada de recoger sangre y vísceras, redobló su sonrisa y me explicó: «Es que verá: la sangre que usted ofrece y por lo que le estaos todos muy reconocidos, ya no sirve. Es una sangre demasiado usada, vieja y oxidada para que podamos reutilizarla en enfermos ¿comprende lo que le quiero decir?» Claro que lo comprendí: Lo que la bella encargada de la recogida de sangre quería decirme era que, efectivamente, se necesitaba sangre, tanta sangre como fuera posible reunir, porque las necesidades eran angustiosas y había enfermos que podían acabar en un suspiro, por no disponer de sangre para continuar alentando. ¡Coña! Y a mí me dio pena por tantos y cuantos seres humanos pueden morir, se están muriendo a la espera de un poco de sangre buena, válida, fresca, como la que la Cofradía del Dulce Nombre, dona en forma de dineros, a la Fundación para que mediante la sangre que se pueda conseguir con su donación de más de cuatro mil euros, que, ya es cantidad para ser tenida en cuenta, puedan ser salvados algunos de los enfermos que agonizan a la espera de la buena sangre necesaria. Ya se sabe que las necesidades superan a las cifras más optimistas, pero ¡qué quieren que les diga! Peseta a peseta se puede conseguir salvar un riñón.

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