CRÉMER CONTRA CRÉMER
Viajar a Marte
EN ESTO estamos. Viajar a Marte se ha convertido, no en una ilusión como la de viajar con los Reyes Magos, sino en una experiencia obligada. Como esto siga así se anuncia, así que pasen unos pocos años y por supuesto antes de la proclamación de los candidatos a la conquista de la paz en Irak o en Afganistán o en Paquistán, por ejemplo, el hombre, por supuesto un hombre blanco procedente de Chicago o de Indianápolis, hará ese viaje fantástico de millones de kilómetros y acabará depositando su heroica sombra en las tierras ateridas de Marte o de la Luna, o de Neptuno. ¡Vaya usted a saber de lo que el hombre es capaz! ¿No hemos sido capaces de descubrir las islas Malvinas para Inglaterra? De menos nos hizo Dios. Pero, para general conocimiento y demás efectos, estoy autorizado a declarar que el viaje a Marte es posible. Desde mi infancia de Julio Verne he deseado fervientemente viajar a Marte. Siempre me ha parecido un lugar, un espacio, un mundo mucho más benéfico y seguro que la Tierra, quizá porque, según tengo entendido, todavía en Marte no se ha establecido ninguna institución bancaria, ni se ha instaurado la democracia. ¿Democracia para qué, si no existe vida humana? Pues acaso, en ese afán misterioso que me ha caracterizado desde niño, a mí lo de llegar a Marte e intentar convertir el planeta rojo en un miembro de la comunidad globalizante conservadora, me sugestiona y no dudaría en alistarme para la empresa del Gran Descubrimiento, mucho mejor que para establecer la doctrina cristiana en Chechenia. Ahora y en esta hora de nuestros descubrimientos parece ser que llegar a Marte es aventura al alcance de muchos seres humanos, siempre que dispongan de dineros para pagar el pasaje. Porque el descubrimiento y colonización de Marte, será una empresa de pago, y que nadie se piense que pueda llegar un momento en la vida de los pueblos en que viajar a Marte o a la Luna o a Neptuno, sea una liberación. En Marte los colonizadores pondrán precio a todo: a sus arenas, a sus hielos, a sus aparatosas tormentas. Y el ocupante que se beneficie del negocio tendrá que pasar por la oficina de colocaciones estelares de los Estados Unidos. Si conseguimos ocupar Marte, siempre con permiso del Emperador del Planeta Tierra, no será por facilitar la vida en la Tierra por ejemplo, sino porque, convencidos de que hay agua, los ávidos empresarios de Washington tienen proyectada una planta de Coca-Cola, sin que permitan que ningún otro país, ponga el pie sobre la nueva América del siglo XXII. Yo, como estudiante de biología molecular, me siento apasionadamente alarmado por lo que pueda resultar de la aventura espacial que hacia Marte nos encamina, pero me temo que no voy a durar para verlo. Y esto me lleva a considerar que, dado que a mí no me será posible formar parte de los aficionados a vuelos de tan largo alcance y duración, y dado que en España, sin ir más lejos, y en la Tierra entera y verdadera se dan carencias dramáticas, muy bien podrían estimar los patroneadores de la operación que lo de llegar a Marte, ocuparla y montar un chiringuito a base de Coca-Cola podría demorarse, siquiera hasta que, con os dineros que se van a gastar (que nos vamos a gastar, porque ya verán como los Estados de Don Bus terminan por pedirnos dineros para cerrar su cuenta) podamos atender a los enfermos del mundo, a los hambrientos del mismo planeta, a los obreros parados del Universo. ¡Porque a Marte nunca llegaremos, pero las gentes se mueren todos los días a nuestro alrededor...!