Diario de León
Publicado por
LUIS ARTIGUE
León

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ASÍ COMO hay blanco y negro, frío y calor, pepinillo y cebolletas, existe también un cine que es sustancialmente mentira y otro que está hecho de verdad. Abunda tanto ahora la mentira que casi nos identificamos con ella pero siempre queda un reducto para la verdad, como siempre hay espacio para la belleza en la rueda dentada de la actualidad cinematográfica. Ya sorprendió por su autenticidad en el Festival Internacional de Cine de Valladolid y ahora se ha estrenado aquí «Lost in translation», de Sophia Coppola. Fascinante. Elaborada. Una historia progresiva y progresista con banda sonora memorable, con hermosa estética postmoderna, con buenos puntos de comedia y final abierto. El argumento, como diría Flaubert, es lo de menos -chico encuentra a chica y se enamoran-. La importancia aquí radica en los personajes: una bohemia malquerida que está empezando a vivir y a equivocarse, y un maduro actor venido a menos que hace trabajos de publicidad muy bien pagados en lugar de teatro, su vocación y pasión. El encuentro entre ambos parece un puente intergeneracional. La directora y guionista ha acertado sacando a esos dos personajes de su entorno y haciendo que se encuentren en un hotel de lujo de Tokio, en una cultura extraña pero con los mismos vicios, excesos, incongruencias y extravagancias que la nuestra: todo un puente intercultural. De ese modo en esta película podemos vernos indirectamente, y comprobar como América exporta a Japón -y también aquí- lo peor que tiene, y nosotros primero lo compramos, y luego lo asumimos, sí. Asombran, conmueven y producen vértigo los planos de la noche de Tokio que parece, como toda gran ciudad, un transatlántico iluminado. Igualmente la actriz protagonista, Scarlett Johansson, es hermosa como una blasfemia erótica, sí, y aparece de tal sencillo modo que acaso no debiera desaparecer nunca. Cuando ustedes vean la película sabrán perdonarme la exageración. Uno ve este film con agradable desconcierto pero lo mejor es esa sensación indeterminada que te queda en el ánimo al salir del cine. Entonces te pones a mirar el Barrio de San Claudio, y el Parque de San Francisco, y el Centro neurálgico y neurótico con otros ojos. Te fijas en el cielo, en los tejados, en las farolas. Y te das cuenta de pronto que, a veces, la cámara nos educa la mirada; nos enseña a observar. Hay creadores que nos muestran la mentira para distraernos de lo que de verdad importa, sí, pero están los cineastas que nos educan la mirada porque han visto la verdad, y nos la ofrecen, y la albergan en su interior. Esta película hermosa y temeraria como una vista aérea del mundo, además, nos descubre a Bill Murray en el mejor papel de su carrera. A algunos ya nos había asombrado el talento de ese actor en «Abajo el telón» pro, en esta ocasión, nos ha dado de nuevo una elevada cota de sí mismo. Divertida, sencilla, creíble, sofisticada y tierna interpretación. Existe una energía cósmica que reúne y une a las personas en un momento perdurable. No se puede definir fácilmente pero creo que tiene algo que ver con las palabras intensidad y tensión. Este film, en mi opinión, está lleno de tensión, y aporta además una visión lúcida, triste y condescendiente de la vida que resulta muy útil para que no nos engañen con eslóganes e identifiquemos la verdad, que es siempre la verdad emocional. Esta película, sin señuelos ni alardes, nos recuerda la verdad de que somos complicadas soledades que giran silenciosamente, como estrellas de una galaxia, por razón de la fuerza gravitatoria del llamado azar, y del amor. Les recomiendo que vayan a verla. De corazón.

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