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LITURGIA DOMINICAL

La tentación es un despiste

Publicado por
JOSÉ-ROMÁN FLECHA ANDRÉS
León

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EN LA FORMACIÓN espiritual de otros tiempos se temía a la tentación como a las tormentas. Hoy no. Los anuncios comerciales las adoptan como recurso para presentarnos las delicias de cualquier producto, sea un coche nuevo o un dulce irresistible. La tentación se ha frivolizado en nuestros días hasta el punto que no se la reconoce cuando aparece. El cardenal Ernesto Ruffini, del que se acaba de publicar una recopilación de «Pensamientos», decía que «entre la tentación y el pecado hay un verdadero abismo: la tentación nos pone a prueba; fortalece el bien». Antes que subrayar el riesgo moral de la tentación, habría que repensar su aspecto antropológico. La tentación brota de nuestra dificultad para armonizar las tendencias de nuestros apetitos particulares. En el fondo, la tentación surge cuando lo inmediato se impone al último horizonte de la persona. Cuando es olvida el destino de la existencia humana. La tentación nace de la absolutización de lo relativo. Es la amenaza de lo particular. Es la inarmonía y el despiste. Persona verdadera En el caso de Jesús, el tema es todavía más inquietante, porque él ha estado siempre exento de pecado. ¿Cómo es que ha podido ser tentado? ¿Es que por algún momento pudo dudar de su vocación mesiánica y del puesto que, como hombre, le correspondía ante Dios? La cuaresma comienza presentándonos el relato de sus tentaciones (4, 1-13). En el texto se hace seguir el tiempo de la tentación al bautismo de Jesús en el Jordán. Esa yuxtaposición de los escenarios ya nos ofrece una pista para entender el relato. En el bautismo de Jesús, la voz del Padre lo identifica como el «Hijo amado», un título que en el libro de Isaías se aplicaba al «Siervo doliente de Dios». Por tanto, la vocación mesiánica de Jesús no había de caracterizarse por los brillos de la prepotencia sino por la humildad del servicio. Las tentaciones son «la prueba» de ese mesianismo. En las tentaciones se nos revela que el Mesías Jesús no anhela triunfos fáciles y mágicos, no se apoya en la búsqueda del poder a toda costa, ni es esclavo del ansia de tener bienes y riquezas. En este escenario se nos revela que era el Mesías verdadero. Pero se nos revela, además, que significa ser hombre verdadero. Ser persona en plenitud. Y Dios verdadero El relato de las tentaciones de Jesús concluye con una frase que no nos esperábamos. Parece que el verdadero peligro no es que el hombre sea sometido a prueba sino la osadía de tentar a Dios. Así lo advierte Jesús, con palabras antiguas de su pueblo: ¿ «No tentarás al Señor tu Dios». Tentamos a Dios cuando le exigimos garantías para poder fiarnos de él. Nuestra fe no es entonces un acto de homenaje a él sino una afirmación de nuestra independencia de criterios y nuestra claridad de ideas. ¿ «No tentarás al Señor tu Dios». Tentamos a Dios cuando planeamos el futuro apoyándonos en nuestro saber y poder. Nuestra esperanza no es entonces confianza en su providencia, sino un seguro de vida con el que tratamos de sobrevivir. ¿ «No tentarás al Señor tu Dios». Tentamos a Dios cuando hacemos de la solidaridad un cínico ejercicio oportunista. Nuestra caridad no es entonces reflejo del amor que brota de Dios y con el que hemos de amar a sus hijos, sino una compasión sensiblera o un mero gesto social. - Padre de los cielos, no nos dejes caer en la tentación, ni permitas que osemos tentarte a ti. Amén.

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