Diario de León

EL PULSO Y LA CRUZ

Paraíso recuperado

Publicado por
ANTONIO TROBAJO
León

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LA TELEVISION nos ha vuelto a recordar en estos días pasados que nuestros jóvenes -con macroencuesta de telón de fondo-viven mayoritariamente en el alejamiento de las prácticas religiosas y aún de las creencias cristianas, muy ocupados en «montarse el rollo» de modo que la vida les resulte con el máximo de placer y el mínimo de exigencia. Son datos referidos a nuestra juventud, pero el diseño es fácilmente extensible a toda nuestra sociedad. Incluidos cada uno de nosotros, por supuesto. Estamos, pues, como estuvo el pueblo de Israel cuando, después de regresar del duro destierro de Babilonia, pudo reinstalarse en su vieja tierra; tan embebidos (No renuncien a jugar con los sinónimos más evidentes, que los botellones también los carga el diablo) en sí mismos que se olvidaron con total naturalidad de hacer lectura creyente de lo que les ocurría: pasaron por alto al Dios que los estaba llevando de la mano en toda su traqueteada historia y se dedicaron a cuidar miope y opíparamente... de sí mismos. Habían pasado de una etapa de infidelidad a una fase de lagrimear por la tierra que habían dejado lejos (es conmovedor aquello de «que se me pegue la lengua al paladar, si yo me olvido de ti, Jerusalén»); pero terminaron por cruzar del arrebato del alborozo (se emborracharon de libertad recuperada) a la más repugnante y tediosa indiferencia y al más craso materialismo (la resaca que viene tras un apasionamiento mal digerido). Fue la historia de un proceso francamente decepcionante y entristecedor. Después vino Paco con la rebaja en forma del avasallador Alejandro Magno y del maldito Antíoco Epífanes, pero esa ya es otra historia. Lo que motivado este discurso es nuestra actual situación socioreligiosa en el contexto de la Cuaresma que acaba de comenzar. Que aquí queríamos llegar. ¿Qué supone la experiencia y el sentimiento cuaresmal en estos días en que aún andamos sobrecogidos por el fallecimiento trágico de varios de nuestros jóvenes? ¿Cómo recuperar el espíritu penitencial tras los desmadres del Carnaval? ¿Podremos entrar en alguna medida en el desierto interior cuando nos aturulla todo el ruido de la precampaña electoral? ¿Habrá modo de caldear el corazón con la conversión sincera si no cesa esta ola de frío que se nos ha echado encima? No lo tienen fácil las exigencias ascéticas que deben brotar del espíritu cuaresmal. Y sin embargo, es obligado y bueno caer en la cuenta de lo beneficioso que sería dejarnos embargar por un aliento de esa categoría. Sería todo aquello de los profetas que barrumtaban una atmósfera idílica, en la que el buey pastaría con el oso, el niño jugaría con la serpiente venenosa y de las lanzas se forjarían podaderas. La Cuaresma no es un tiempo de apretar el torniquete. Es ocasión de reajustar clavijas y de pretender un sonido armonioso de toda la orquesta de nuestras energías y capacidades. De entrar por el aro del Hombre Nuevo, que no otra cosa fue el gran acontecimiento (originante y susten-tante de toda nuestra fe) de la Resurrección de Cristo. Es una oportunidad para la humanización y una coyuntura en la que debemos desprendernos de dos tentaciones, excesivas por carta de más y por carta de menos, que nos acechan por igual: en endiosamiento y el embrutecimiento. Los caminos nos los tiene trazados la tradición de la iglesia y tienen los perfiles del triángulo ético: los deberes para con Dios, para con los demás y para con uno mismo. La oración, que es tomar conciencia de la limitación y abrirnos a la filiación de un Padre que nos espera. La limosna, que habrá que entenderla como la acción de compartir, especialmente con el hermano necesitado, lo que podemos lo que valemos, lo que tenemos. Y el ayuno, que es la negación del consumismo y que hoy debe adoptar el nombre de austeridad, autodominio y equilibrio existencial; ayunar de mí mismo (la tentación de narciso) para ser capaz de convertirme en un ser-para-los-demás. Al fondo parece estar el Paraíso recuperado. Que, al fin y al cabo, éste es el fin último de la existencia del hombre. Y de la Cuaresma, camino de la Pascua.

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