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YO QUIERO UNA ESPAÑA alegre, dijo Rajoy... y como en sus hablares parece chiste el aserto, la parroquia en sus bancos sentadita inauguró el desternille electoral jaleando al líder con un «pero qué gracia tienes». Yo quiero una España descojonada, pensó Llamazares con ese su look iraní de fundamentalista triste, con ese profetismo oscuro que le echa al verbo... y allí soltó la risa solamente una señora del sindicato de limpiezas que, cansada de perder por sistema, sugirió un cambio de siglas y que IU pase a ser UI, ay o cosa parecida. Yo quiero una España seria, propuso Zapatero con voz de bóveda... y los de enfrente se subieron al estupor mientras él se aupaba a la valla publicitaria con una sonrisa «netol» que está a medio camino entre Hollywood y un estreñimiento leve. Yo quiero una España muerta de risa, pero bien muerta, intervino Arzallus nadie sabe por qué y sin vela en este entierro... y una esperanza descalza que venía a pie desde Vitoria se murió de pena. Yo quiero una España cachonda y con el calzón bajado, dijo el Rovira... y mirando a la esquerra y a la derecherra se iba desabotonando la bragueta. Yo quiero una España esgüevada, dijo Arenas, el campeón de la Igartiburu... y le dijeron «pues sigue hablando, chaval». Yo quiero una España de sonrisa vertical, dijeron a la par ese alcalde de Toques y ese cura de Peñaroya que ponen a las niñas en horizontal... y Fraga y un obispo les echaron un cobertor encima. Yo quiero una España contenta, dijo Aznar bajo ese bigote que es un luto... y medio país replicó «en cuanto tú te vayas, majete». Yo quiero una España jubilosa, dijo Rato... y prejubilaron a otros cien mil, les pusieron mirando a Compostela con una zanahoria en el palo del jubileo y les recetaron para los pies inflamados la histórica pomada del «jódete y baila». Yo quiero una España regocijada, dijo Cascos... y un tropel de esposas escocidas clamaron al unísono «Paco, no te regocijes más y súbete los pantalones». Yo quiero una España dichosa, dijo Boño con un gutural «es gue es de risa»... y a Quevedo en su tumba se le oyó decir «¡dichosa España!». Pues yo quiero el islote de Perejil, dijo Trillo con una copa de menos... y nadie consigue explicarse cómo coños se la colado en esta columna si nadie le había llamado. Es que España es alegre y olé, me dijo.

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