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Demalospoetas y pésimos toreros

Representantes de todos los sectores sociales acompañaron a Pablo San José

Representantes de todos los sectores sociales acompañaron a Pablo San José

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Lola de León - leon@diariodeleon.com
León

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El todo León de las crónicas sociales se dio cita al mediodía de ayer en el Casino Club Peñalba para acompañar al popular Pablo San José Recio en el homenaje que le rindió esta sociedad al entregarse el Garbanzo de plata que concede anualmente a quienes se hayan distinguido por su labor en favor de esta provincia, sus cosas y sus gentes. Instituido en 1991, los argumentos que avalan la concesión de esta distinción encontraron en San José al mejor aglutinador de todos ellos, que básicamente se sintetizan en el «amor por León» que con tanto énfasis proclamó el no menos popular Jesús María Cantalapiedra, presidente de la sociedad. Desde su creación ha sido concedido, entre otros, a Gustavo Aranzana, Francisco Azconegui, García Zurdo, Cordero del Campillo, Tino Gatagán, Prada a Tope, Antonio Pereira, Antonio Viñayo, Juan Pedro Aparicio, Luis Picón, Café Quijano, etcétera. Parafraseando a alguien y con un sentido del humor irreprochable, pero en un clima distendido, Cantalapiedra presentó al homenajeado como un «impresentable»... en el sentido de que no necesita presentación porque «lo conoce todo el mundo». De San José, gerente director de las bodegas Vile y Señorío de Nava, pero sobre todo amante de los vinos, de la gastronomía, de los toros y de la Semana Santa, Cantalapiedra destacó «su buen hacer y mejor talante, su apariencia diocesana y la dignidad episcopal de su aspecto», y aseguró que, por encima de cualquier otra ocupación, «su profesión, su pasión y su ocupación es vender León». Cerró Cantalapiedra la definición del perfil del distinguido con la lectura de un soneto de propia cosecha que, por decirlo sin estridencias, no pasará a los libros de literatura. En un innecesario ejercicio de humildad, Pablo San José se vio a sí mismo como «un hombre muy normal, que valora mucho la amistad y que se siente feliz en esta tierra». Lo dijo antes de emocionarse proclamando su amor -«porque la amistad es eso», apostilló Cantalapiedra- a todos los amigos presentes, los que cabían en la sala, y los que, por esa razón, no pudieron asistir al acto. Antes de relatar con mucho gracejo que de pequeño siempre soñó con ser periodista, cantaor o torero, lo que terminó en una experiencia inconfesable y excepcionalmente confesada a los asistentes, San José aseguró que «si de verdad alguna virtud atesoro se lo debo a tres personas: a mi madre, que me enseñó a amar nuestras costumbres y tradiciones; al profesor don Fernando Becker, por su rigor y profesionalidad en la enseñanza, y por ser un hombre de una grandísima humanidad, y a Olga, mi esposa, por el cariño, la comprensión y el enorme sacrificio con que soporta la vida que llevo». Pues dicho queda.

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