Cerrar

Creado:

Actualizado:

EL SOCIALISMO no tiene quien lo escriba porque es un coronel retirado de sus viejos principios escritos, ni tiene quien lo piense porque hay que improvisarlo cada día según vengan las mareas del mercado electoral y de estos tiempos en los que nada se está quieto. Cordero del Campillo decía el otro día en este periódico que lo que no le gusta de Zapatero (y lo conoce y lo quiere bien por haber sido en cierto sentido mentor o instructor de nuestro Papes en aquellos domingos desayunados y tertuliados en el Venecia) es su cierto oportunismo en apadrinar posturas populistas que dicta el marketing de las ideas dando albergue a todo aquello que prometa fisura en el monobloque popular. Y si primero fue aquella proclamación de valores zapateristas sustanciada en el binomio «fuerza y honor», que suena a consigna de campamento de la Oje y de hecho es el lema de grupos de skins y nazis que circulan por el internet, ahora les ha robado a los curas un trozo de las tablas de la ley, que ellos a su vez habían tomado del decálogo hebreo; y se ha hecho un tetrálogo como una cazadora: «No matarás, no mentirás, no robarás y no consentirás abusos sexuales a menores» (vaya, y los abusos sexuales a mayores o compadres ¿estárán despenalizados o venializados?). Como golpe de efecto no lo hay mejor. Este país lleva viviendo y pecando veinte siglos a la sombra de un sermón tremendista como aquellos de Cuaresma que daban por esos pueblos unos misioneros capuchinos revestidos de homilia infectada de infiernos, calaveras y condenaciones que dejaban a las paisanas en angustia perpetua y ofreciendo misas sin parar por las ánimas del Purgatorio. Esta declaración tan ceremonial y escatológica de zetapé es muy de púlpito, muy de Moisés bajando a la carrera de su Sinaí, tetrálogo muy directamente revelado por la autoridad divina puesta ahora por los ideólogos de campaña a reescribir el socialismo. Pero copiar a los curas tiene sus riesgos, porque además de los mandamientos inventaron también la confesión y eso quiere decir que aunque uno mate, robe, mienta o fornique, se le absuelve confesándolo en secreto (un «inter nos» de expediente interno), se arrepiente de boquilla, se propone una enmienda de unos días y acaba volviendo a las andadas con su relativa impunidad y el alma limpia. Ojo.