Diario de León

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VOLVÍA DE ECHAR una parrafada a un público benevolente en Villablino y de una cena conversada con Delia, Lucio y Abel en la que exageré el abuso de la palabra, pero en el coche y en su andar mandó el silencio crudo y así crucé la noche. Volví por Los Bayos, el puerto de Murias y una Omaña totalmente nevada en penumbra clara, noche luminosa que dibujaba todos los montes y el río. Un toldillo de neblina alta y una alfombrón de nieve que cayó días atrás multiplicaban por dos la luminosidad de una luna a media farola, se veía todo. A pesar de haber parapetos de nieve en las cunetas, esta carretera casi estrenada aún estaba limpia (nidia, diría mi madre). Afotunadamente, no helaba. Había contado a la ida noventa y tres curvas con escorrentías de deshielo, asfalto empapado, y temía que a la vuelta se convirtieran por la helada en «resbalizos» de jodido hielo que podían mandarme a tronzar un abedul o a besar a las truchas. No lo hubo. Aún así, moderé, no puse prisa y ajusté el piloto a una velocidad de crucero de sesenta o cincuenta por hora curveando sin sobresaltos ni frenadas, sin nadie pisándome el culo ni tráfico que incomodara (de Rioscuro a Canales crucé dos coches), empapándome de paisaje el reojo, subiendo y bajando monte omañés que se hacía montaña rusa en cámara lenta, placentera conducción. Esta nevadona ha restaurado en algo nuestra abollada fe en el clima. Embruja lo suyo ese blancor ceniza que desprende la montaña en estas noches. Quien haya palpado o se haya dejado engullir por alguna medianoche de luna sobre montaña nevada sabe lo que es emborracharse de miedo y majestad (tengo dos de ellas grapadas al recuerdo, imborrables; y tú tienes que tener las tuyas). Disfruté la travesía. Palpando el nocturno hasta sin faros, el silencio y la soledad total iban metiendo algarabía a los pensamientos, cuando en esto, frenazo al bies, ¡un raposo en mitad de la carretera!, una zorra joven muerta apenas minutos antes en atropello, aún sangraba. Paré y la retiré a la cuneta por evitar que la planchara un tres ejes. El raposo ha desmedido su población y mi pena fue tan relativa, que me sorprendí sacando la navajina y cortándole el rabo. Algo de delito sí que tuvo ese instinto mío, esta macarrada, pero mañana meto aquí un perdón pedido y un pliego de descargos. Pobre zorra rabona.

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