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Publicado por
ANTONIO TROBAJO
León

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La cosa es... como para devanarla con despacio y más de una vez. Me refiero al asunto de las elecciones generales del próximo día 14. Nos jugamos mucho todos. En todas las facetas de la vida. Preferimos dedicarle este espacio hoy y así evitar el riesgo de que nos acusen de meter la cuchara precisamente el próximo sábado, día reservado para la reflexión. Voy a intentar acercarles lo más sustantivo del parecer de nuestros Obispos, que dieron a conocer en una Nota de la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal el pasado día 18 de febrero. De entrada ya les digo que no deben esperar de ellos un dedo que apunte directamente hacia un partido político determinado. La razón es fácil de entender, si se quiere: el cristiano no tiene más que un plan de vida y de convivencia perfecto que es el Evangelio. Éste no son trasladable, sin más, a un programa político, porque trasciende todo lo humano y porque, en lo humano, caben muchas opciones, diferentes y legítimas a la vez. Por eso la jerarquía de la Iglesia no debe orientar de forma concreta el voto de los católicos. En cambio, sí puede -y debe- ofrecer algunas pistas para la reflexión que se ha de hacer antes de emitir el voto. Veamos cómo resumir esa densa Nota. Lo primero que nos piden es que caigamos en la cuenta de que también somos ciudadanos de esta tierra y de que, por eso, debemos sentirnos implicados en todo lo humano. Y lo humano, en este caso, es aceptar las reglas de la convivencia en una nación que se ha dado a sí misma -no sin esfuerzo- una Constitución, un régimen democrático y un ejercicio del poder político por medio de diversos partidos asentados en unas ideologías o criterios determinados. Por eso, el buen ciudadano -y todo católico debe serlo- debe acercarse a las urnas el día 14 y emitir su voto responsable. Es un derecho que no existe en todos los países; hemos de ejercerlo con lucidez y ponderando con sentido crítico las pro-puestas y las promesas. Y es un deber, aunque no nos satisfagan del todo los programas que se nos presentan; habrá que optar por el bien posible. Los Obispos nos dicen que votar es promover el bien común a través de un buen gobierno, es contribuir a crear unas con-diciones políticas, sociales y económicas que hagan posible el desarrollo de la vida de las personas de manera acorde con su dignidad, es ejercitar la caridad y la solidaridad de cara al bien común de cuantos formamos la comunidad humana que es España. Votemos, pues. Pero ¿a quiénes? Los Obispos nos piden, para formar criterio, que estemos atentos a ver cómo enfocan los partidos algunas cuestiones importantes para el creyente. Y enumeran las siguientes. El derecho a la vida, con sus apartados concretos -jamás derechos civiles, si no se quiere llamar bueno lo que objetivamente no lo es- del aborto, la eutanasia y la producción de embriones humanos orientada a la investigación que los mata. El apoyo a la familia, a su identidad como unión de hombre y mujer, a las familias numerosas, al acceso a la vivienda -en particular de los jóvenes-, al reconocimiento del trabajo doméstico, a los beneficios fiscales. La libertad educativa, el fomento de su calidad, el apoyo a los centros de iniciativa social y la regulación satisfactoria de la enseñanza de la Religión. Unas políticas sociales y económicas que propicien el trabajo para todos y la justa distribución de las rentas, que amparen a los más desfavorecidos (inmigrantes, ancianos, enfermos...), que permitan la solidaridad universal, que permitan la libre iniciativa social en cuestiones de eco-nomía y de cultura. La búsqueda de la convivencia en paz, asentada en el derecho, con rechazo radical del terrorismo y promoción de la comprensión y la solidaridad entre los pueblos del mundo y de nuestra patria. Deletreen despacio cada uno de estos puntos, verifiquen lo que presenta cada programa. Y no se olviden de comprobar las trayectorias y las credibilidades de los políticos. Como ven, la cosa no es fácil. Piénsenlo tres veces.

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