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Publicado por
FRANCISCO SOSA WAGNER
León

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SE QUEJA AHORA la crítica especializada de la posible desaparición de un premio de novela erótica que lleva años instituido en España (Pedro Silva lo tuvo contoda justicia). Las últimas convocatorias han sido declaradas desiertas porque no hay autores dignos. A mí no me extraña porque el gentío de las letras tiene demasiado fútbol que ver como para perder el tiempo diciendo cosas galanas como hacía don Francisco de Quevedo: «hay mil doncellas maduras / que guardan virgos fiambres/ hasta que a fuerza de hambres / se les van en probaduras .../». Aunque, bien mirado, el asunto futbolero va de meter la bola por la puerta, lo cierto es que el espectáculo debe de dejar tan extenuado que ya no hay fuerzas para entregarse al lúbrico ejercicio aunque sea en la forma atenuada y puramente imaginativa de la creación literaria. ¿Es lógica esta sequía? A mi juicio, tiene su explicación y paso a formularla con el fin de facilitar futuras tesis doctorales. La poesía o la prosa erótica exigen que la sociedad mantenga un punto de misterio en torno a la fornicación, es decir que cree un clima de insinuación y evite las groserías en estado puro como aquellas tan burdas que escribía un señor por lo demás tan circunspecto como era Ventura de la Vega: «el norte de los carajos/ es el coño, y no hay tu tía / siempre, cual la aguja al Norte/ el carajo al coño mira». Hoy las revistas se llenan de tetas, de cavernas calientes, de bergantes que extienden la simiente de rábanos y cuernos porsus páginas de colores, las televisiones no hacen sino contar achaques de alcahuetes y marranos, el mismo Internet ¿qué es sino el arcano donde se encuentran todo tipo de combustibles húmedos? Nadie lo dude: la sugerencia sutil es más rica y es la semilla para que crezcan las flores de la fantasía y se ponga el personal cachondo como un mono de zoológico pero en plan mesurado y lento, así por ejemplo es modélico Emilio Prados cuando dice «...encendiéndote en mi cuerpo/ iluminando mi carne/ toda ya carne de viento». Es decir que el trance que conduce a los temblores requiere misterio y, sobre todo, cadencia, trámites. No se puede ir derecho a los calores beneméritos, es preciso utilizar veredas y trochas, tretas y besos a medio hurtar, ruegos, el escrito de demanda y de contestación, la fase de la prueba, las alegaciones... Porque todo eso, la trocha, la vereda y el trámite, la treta, el escrito, es lo que contiene al diablo de la lujuria en sus lindes y es la escuela donde el recio miembro aprende contención y la espera resignada en la garita. Y, quien se arma de entereza, verá cómo todo ello ha de dar su fruto en forma de hermosas lisonjas nevadas. Es decir que estamos en que ya no hay novela erótica porque vivimos la época de las prisas (en la cocina ocurre igual). Hay libros sobre las cotizaciones bursátiles pero poco o nada acerca de cómo holgarse con los mansos halagos de las batallas prolijas y duraderas entre los muslos. ¿Debemos apenarnos por ello? No lo creo pues recomiendo volver a los clásicos, antiguos y modernos. Yo, cuando advierto que mi fuego pierde su viveza rojiza y desafiante, releo los «Senos» de Ramón Gómez de la Serna o recuerdo a personajes sesudos como Rousseau quien en sus «Confesiones» acaba confesando lo importante y es que «mi corazón y mis sentidos jamás me han permitido ver una mujer en una persona que no tenga los pechos bien desarrollados». O sea que mucho contrato social y mucha voluntad general pero al final lo que le salía al pensador era una erección bien desarrollada. O a Ovidio y a sus «Amores» donde describe la irritación de Corinna cuando su amante padece un gatillazo o a su famosísimo «Ars amandi» donde se describe la propensión humana a entrar en el huerto prohibido:«la cosecha es siempre más fértil en los campos ajenos y el rebaño vecino tiene las ubres más grandes». O al Decamerón o a las Mil y una noches, agarenas y de pubis frondosos. Es decir, venturosas aventuras no faltan y a ellas volveré cuando me calme y me reponga de tanta excitación.

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