Diario de León

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ATURDIDOS, ROTOS, confundidos, aterrados... El espanto late todavía en cada respiración y cada palabra. La rabia profunda del país herido y el silencio eterno de los muertos buscan hoy a esa desdibujada bestia sobre la que clavar la estaca del grito para exorcizar el terror gigantesco que se ha empadronado entre nosotros. ¿Quién ha sido?... Al Qaida fecit. Nada más saberse anteayer la brutal noticia del atentado, lo primero que se preguntaron muchos estrategas de campaña, los frígidos contendientes y los mercaderes del voto fue ¿y a quién beneficia este atentado, quién sale ganando?... Se dice que si fuera etarra la mano salvaje, el pepé arrimaría votos a su ascua y, si fuera monstruosidad islamista, el pesoe sacaría su tajada. Estos analistas y partidistas puestos ayer a realizar esta macabra autopsia del suceso parecían estar atropando y robando los hígados de los muertos, barriendo despojos aún palpitantes al solar de sus posiciones, a sus cuarteles de invierno mental. ¿Y quién ha salido ganando?... Pues en primera instancia y con beneficios de mucho bulto, las empresas de telefonía móvil. Facturaron ese día un setecientos por cien más, se hincharon las velas del fabuloso negocio que surcaba un océano nacional de miedos y espantos. Todos nos colgamos del móvil, las telefónicas fueron las dendritas del sobrecogido cerebro nacional y, ya por la noche, comenzaron a difundirse mensajes de dolor y memento de difuntos, de paz y rabia, poemas y alientos que añadían en su final un «pásalo, que circule», mientras los ejecutivos gobernados por su cuenta de resultados se frotaban disimulada o dolidamente las manos en la tragedia y hacían caja, gran caja. A la vez, los móviles de muertos y heridos no dejaron de sonar tras unas explosiones que reventaron cuerpos, destrozaron hierros y raíles o doblaron chapa gruesa como papel de fumar. Esos móviles, sin embargo, salieron indemnes de la hecatombe. ¿De qué estarán hechos? Sonaban para nadie; sonaban y sonaban llenando de negrura mortal el alma de quien llamaba, ¿dónde está mi hijo, dónde mi hermana?, ¡Jose Luis, contesta, por Dios!... Eran llamadas derivadas hacia el infierno; el buzón de voz de los cielos quedó saturado. Doscientos silencios de sepulcro son la respuesta, pero hay cretinos que siguen haciendo hoy sus cálculos electorales.

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