Diario de León

LITURGIA DOMINICAL

La conversión del corazón

Publicado por
JOSÉ-ROMÁN FLECHA ANDRÉS
León

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HACE ya unos cuantos días que se oyen cada tarde las cornetas que ensayan una marcha cadenciosa y el redoble de los tambores que marcarán el paso de los cofrades. Recorriendo las calles de nuestras ciudades, se encuentra uno estos días con una abigarrada multitud de carteles que anuncian triduos y procesiones, patrocinados por cofradías y hermandades de nombres complicados. Un visitante que llegara de lejos pensaría que somos un pueblo creyente y hasta devoto. Seguramente se extrañaría ante la abundancia y el realismo de tantas imágenes dolorosas. Y tal vez llegara a preguntarse cómo influyen sobre la vida diaria de los ciudadanos. Sin embargo, a muchos jóvenes de hoy la cuaresma no les dice nada. Evidentemente han fallado los canales transmisores de la fe. A los mayores, nuestra memoria nos presenta este tiempo como una ocasión para la penitencia. Y para la conversión del corazón. La culpa y la desgracia ¡La conversión! En este mundo secularizado, a muchos les extraña encontrarse esa palabra en un diccionario de Filosofía. En efecto, un pensador como Georges Bastide relacionaba la conversión con las tres nociones que articulan toda la vida moral: la libertad, la responsabilidad y el deber. En el evangelio de hoy, Jesús nos dice que ni las desgracias ni los accidentes responden a nuestros pecados (Lc 13,1-9). El mal físico no es un castigo automático del mal moral. Si así fuera, los niños inocentes jamás deberían morir en un incendio y las explosiones sólo deberían matar a los malvados. En contra de lo que creían las gentes de su tiempo -y también las de hoy-, Jesús afirma que no se da esa relación mecánica entre la culpa moral y las desgracias diarias. Si se diera, muchos de nosotros seríamos las primeras víctimas de todos los desastres. Somos una parra que no produce buenos frutos. ¡Menos mal que el Dueño de la viña es paciente y nos concede un plazo de tiempo para que cambiemos de conducta! Salvar la vida En el evangelio de hoy Jesús pronuncia una frase dura, que parece una amenaza. Será bueno escucharla una vez más: ¿ «Si no os convertís, todos pereceréis». Siempre hemos entendido la primera parte de esta frase en sentido personal, y con razón. Pero hay que ampliar su significado. La conversión es una tarea que afecta a la persona. Pero también las estructuras de pecado que hemos creado y que nos cobijan han de ser modificadas para que puedan ser más humanas y humanizadoras. ¿ «Si no os convertís, todos pereceréis». Hemos entendido la segunda parte de la frase en sentido escatológico, y con razón. Pero hay que anticipar en el tiempo su advertencia. Si no cambiamos de actitudes no sólo perderemos la vida eterna que nos ha sido prometida: perderemos también la vida presente, su gozo y su sabor, su encanto y su belleza. El fango del pecado que hemos generado puede ahogar nuestra civilización. ¿ Padre de los cielos, que por tu hijo Jesucristo nos invitas a cambiar nuestra mentalidad y nuestro corazón, nuestras actitudes y egoísmos, nuestros proyectos y estructuras, ayúdanos a salvar el valor de esta vida tan hermosa que Tú nos has confiado. Amén.

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