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Uno de los heridos el jueves en la estación de Atocha acudió ayer a depositar su sufragio en el colegio electoral de Santa Eugenia, tras ser trasladado en ambulancia

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Gonzalo Bareño - madrid
León

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Cayetano Abad es un tipo duro. El pasado jueves, Ca­yetano estaba en el tren en el que estalló la primera bomba en la estación de Atocha. Tras comprobar que la devastado­ra deflagración le había herido seriamente, pero no le había matado, Cayetano se sobre­puso al terror y fue una de las primeras personas que salió de aquel infierno de humo, de hie­rros retorcidos y de cadáveres desmembrados. Alguien le lle­vó luego a un hospital donde su esposa, Nieves Ortega, le ha mimado desde entonces. Ayer, nuestro héroe quiso de­mostrar una vez más que es un hombre de una pieza. Apenas 72 horas después de escapar del fétido hedor de la muerte, Cayetano se presentó en su barrio de Santa Eugenia a de­positar su voto. Iba en pijama. Le llevaron en una ambulancia. Tenía todavía en el rostro las huellas de la metralla que los terroristas habían añadido a sus bombas para multiplicar la carnicería. Pero Cayetano entregó ayer su voto en el Colegio Ciudad de Valencia de Santa Eugenia. Recibió el aplauso impresionado de los presentes y regresó al hospi­tal. Cuando se lo llevaron su rostro reflejaba la satisfacción de quien cree que ha cumplido con su deber. Es sólo una de las dramáticas historias que ayer se vivieron en el barrio de Santa Eugenia, uno de los escenarios de la matanza. Si la aventura de Cayetano es un ejemplo de la fuerza de la vida, la de Álvaro es el espejo del horror de la muerte. El cumpleaños de Álvaro Carrión sólo duró siete horas y media. Este muchacho del barrio de Santa Eugenia cum­plió 18 años el 11-M. Apenas había conseguido vencer al sueño cuando se subió al tren. bas, Santa Eugenia pasó ayer a vivir una jornada de calma, de recogimiento y serenidad. «Queremos paz». Ese era el mensaje que los votantes se encontraban en la fachada del colegio cuando acudían a votar. Alguien lo había colgado en una ventana, escrito sobre un simple pedazo de sábana. En las cercanías se sucedían los homenajes espontáneos a las víctimas. Velas, flores y carteles con mensajes podían verse por todas partes. Mu­chos de quienes se acercaban a votar paraban en uno de estos improvisados altares para dejar allí su testimonio de solidaridad. Unos niños velaban para que los cirios tu­vieran la llama siempre viva y los encendían de nuevo cuan­do el viento los apagaba. Era su pequeño homenaje.un hombre le quitas todo lo que tiene y todo lo que podría tener». Pero no les importó. El odio de los terroristas se llevo el voto de Álvaro y todos los de su vida. Fatalidad La desgracia se ha cebado en Santa Eugenia, pese a que aquí sólo murieron 15 de los 200 fa­llecidos. Los vecinos de este barrio votaron sobreponiéndo­se al dolor. La fatalidad quiso que el Colegio Público Ciudad de Valencia, en el que ocho de los alumnos perdieron a sus padres en los atentados, fuera precisamente el escogido para instalar la sala de votaciones. Del espanto, el desconcierto y la ira que asolaron el barrio a las siete y media del jueves, cuando 15 personas saltaban hechas pedazos bajo las bombas. Santa eugenia pasó ayer a vivir una jornada de calma, de recogimiento y de seneridad. «Queremos paz». Ese era el mensaje que los votantes se encontraban en la fachada del colegio en el que debían ejercer su derecho. Alguien lo había colgado en una ventana, escrito sobre un simple pedazo de sábana. Mientras, unos niños velaban para que los cirios mantuvieran viva la llama y la encendía si se apagaba. Era su pequeño y simple homenaje a las víctimas.

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