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¿QUIÉN DIJO MIEDO?... Aquí lo sembró el bombazo de la bestia y la confusión cocinada en la tortillería popular. ¿Quién segó la hierba que el pánico hizo crecer en dos días?... Ayer salieron los segadores. ¿A quién votaron los muertos que el domingo fueron sólo losa reciente, recuerdo de muletilla, carne en la balanza?... Su voto es un rastro de sangre seca sobre la que mañana volverán a llover otras sangres que nos tienen avisadas. Ni una sola papeleta de candidato declarante a pie de colegio electoral llegó salpicada de lágrimas a la urna; se habían secado ante cálculos de empates y victorias. La política de urraca ladrona suele decir «dejad a los muertos en paz»... pero a los muertos del tren de Creonte se los llevó por delante una guerra que no fue la suya. ¿En paz?... La paz está secuestrada y asomada a un barranco que se abre a nuestros pies mientras algún general de patriotismos invasores aún tendrá pelotas para pedirnos más valor... ¡y un paso al frente!... Después nos dirá Colin Powell que asumamos el sacrificio y que ya vendrá detrás el hermano de Bush prometiéndonos compensaciones, inversiones fabulosas, el ciento por uno en la tierra y la patria celestial para nuestros «espaldas mojadas de sangre» que ahora se andan palpando en los infiernos del silencio mortal intentando identificarse a sí mismos, ¿quién soy yo?, ¿qué hago aquí?, llegaré tarde al trabajo... Cuando ayer cerraban los colegios, los sondeadores adelantaron datos y los segadores conseguían al fin despejar la gran duda de a quién beneficiaría la masacre madrileña y la imperdonable torticería del gobierno, su gravísima e interesada ocultación informativa. Aznar se marcha con el baldón de una carrada de muertos a la espalda que lastrarán sus triunfos, pero Zapatero llega también gracias a ellos; no se olvide; la muerte votó en estas elecciones y se hizo lotería de fortuna que cuatro días antes negaba toda sonrisa a quien ahora disfruta el premio... riendo el último. Este premio sólo puede invertirse en diálogo, concordia, concertación... y mucha imaginación. Todos coinciden en que el vuelco de ayer no es hijo de razón política pura, de la serenidad de juicio. La sangre caliente, el miedo y la rabia votaron y en algo contaminan el resultado. Pero ¿quién entenderá esos votos como un préstamo de la muerte?...