Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

¡Manda huevos, mi capitán!

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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CUANDO el mundo arde por los cuatro costados; cuando en nuestro interior de dentro la ETA juega a estropearnos la contradanza de las elecciones, en las cuales, más o menos, tenemos depositadas nuestras esperanzas, cuando en Irán arden hasta los trenes y en Haití andan buscando negros para cocinarles. Cuando, en resumen, el Universo Mundo es una mierda, cuyo olor repele y los pájaros cantan y las nubes se levantan; cuando la Conferencia Episcopal de los señores obispos del general Varela (Rouco) se precipitan sobre los libros sagrados para negar la licitud de las dos madres gays a la tutela, maternal naturalmente, de sus dos mellizas inseminadas artificialmente y cuando en la América puritana de Don George se descubre el teológico escándalo de la pedofilia andante de más de cuatro mil sacerdotes naturalmente norteamericanos y finalmente cuando en las tierras trágicas del Oriente Medio y el medio Oriente los seres humanos mueren sin confesión; cuando los españolitos madre andamos con los sacrificios debidos a la carestía de la puñetera vida que nos doblamos de pesadumbre y dolor... va el muy ilustre señor Ministro de la Defensa y de la guerra, don Federico Trillo, adorador de Shakespeare hasta el dominio d ela letra y de la música del autor de Hamlet y se permite una cuchufleta, una chanza, una chacota, una guasa, se conoce que al carecer de respuesta a la pregunta reiterada que le lanzaba en una rueda de molino o de prensa, relacionada con las armas (ocultas por Sadam debajo de las piedras sagradas de Persia) de real y verdadera destrucción masiva, según las referencias obtenidas por los investigadores áulicos de los presidentes de la pérfida Albión, de la no menos pérfida yankilandia y de la atormentada y chunga Hispania feliz de Don José María. La muchacha periodista, en uso legal de sus atribuciones y cometidos, levantó la mano y dirigiéndose al impasible señor Trillo, le preguntó algo así como: «¿Señor ministro, se sabe algo de las armas de destrucción masiva?». El señor ministro torció el gesto y con cara de póker metió la mano en sus hondos bolsillos, en los cuales puede caberle todo y sacando un euro, equivalente a ciento y pico de las pesetas de cuando lo de la transición, dibujando una sonrisa con firma de sentencia de arresto mayor, replicó, «echando la moneda a los pies o a las manos de la chica: ¡Precisamente tenía reservada esta moneda para el que me hiciera esa pregunta. ¡Se ha ganado usted el premio!» Y la chica no dijo nada, ni permitió que se trasluciera lo que pensaba en aquel momento. Se limitó a recoger el testimonio de impertinencia del ilustre lector de Shakespeare y tragar saliva. El señor ministro, autor de la famosa frase «¡Manda huevos!» que ha pasado a todas las antologías del disparate, siguió revisando las tropas. Siguiendo esta misma pauta de conducta, los señores candidatos más caracterizados no están, no responden, cuando los informadores recaban esclarecimientos. Se ocultan en el silencio de los avestruces, dejando a los profesionales, más o menos a su servicio, con dos palmos de narices como Pinocho. Y es lo que se preguntan los dolidos interesados: «¿Y si los informadores, señores candidatos, se negaran a atenderles a ustedes cuando les solicitan? ¿Y si les dejaran solos?» Porque, este comportamiento de nuestros presuntos padrecitos de la patria sí que manda huevos.

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