Diario de León

Muertos y heridos inaceptables por su dramatismo y gratuidad

La mayoría de las personas consigue superar las peores adversidades

La mayoría de las personas consigue superar las peores adversidades

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León

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Estas pérdidas, socialmente inaceptables por su dramatismo, su gratuidad, su brutalidad y su absurdidad, pueden llevar a complicaciones serias en el proceso de recuperación. Para mitigar en la medida de lo posible este riesgo, las aproximaciones de asesoramiento sobre el duelo, típicamente, nos advierten que debemos dar tiempo para hablar, que les escuchemos, que les ofrezcamos confort y seguridad. Sin embargo, la investigación revela que este tipo de cuidado amoroso por sí sólo no es suficiente para enfrentarse a las necesidades de las personas que encaran la crisis de una muerte súbita y traumática. Habrá que tener en cuenta varios factores que a continuación analizamos. La familia. La pérdida de un ser querido nos afecta a todos como familia y es en ella donde podemos encontrar nuestra mejor ayuda. La situación es bastante dolorosa como para que la familia se desuna y cada uno tenga que llorar solo. Al contrario, en momentos de crisis la familia debe permanecer aún más unida y compartir su dolor conjuntamente. Las diferencias. Las reacciones a la pérdida de un ser querido varían mucho entre las personas y entre uno mismo según la edad que uno tiene y las circunstancias en las que se encuentra cuando tiene estas pérdidas. Por ello, no será apropiado compararse con otros. Los factores que marcan la diferencia. El nivel de apego que se tenía con la persona perdida, las características de la muerte (muerte súbita frente a muerte anticipada o esperada), la personalidad que uno tenga, la disponibilidad de apoyo social o familiar y la presencia de otros problemas graves que suceden al mismo tiempo pueden hacer que nos sintamos diferentes unos de otros a pesar de haber perdido la misma persona. El dolor. Debido a que en ninguna otra situación como en el duelo el dolor producido es TOTAL (en verdad toda la vida nos duele), no podemos olvidar que el dolor es legítimo, real, extremadamente intenso y muy diferente al de una fractura de un hueso, de una quemadura grave o de cualquier otro dolor severo. Nuestro mundo. Cuando perdemos a un ser querido, su ausencia puede afectar de forma grave las relaciones que tenemos con el mundo y con otras personas. Así, es normal que durante el período del duelo sintamos que nuestra realidad se ha hecho añicos, que nuestro sentido de la vida se ha perdido y que sintamos que nuestra personalidad o nuestro corazón se ha roto. Siempre será bueno expresar y compartir los sentimientos con los otros seres queridos: nos daremos cuenta que ellos piensan y sienten lo mismo. La mala comunicación. Una reacción frecuente que tenemos cuando perdemos un ser querido es la de no «mostrar» a otros nuestra angustia para de esta forma no angustiarles, y los otros hacen lo mismo: no se angustian para no angustiarnos. Así, lo único que logramos es «construir» un muro entre ellos y nosotros, una barrera a través de la cual «pasan algunas cosas y otras no», perdiendo de esta forma la más valiosa herramienta para poder recuperarnos: una buena comunicación, un «espacio», unas «personas» con las que podemos llorar y hablar libremente de la muerte, el dolor, la ausencia, la angustia, la falta que nos hace, etc. Las fases. El duelo tiene unas fases o etapas por las cuales transcurre el proceso de recuperación que son muy parecidas a las etapas por las cuales una herida pasa hasta que queda la cicatriz. Las reacciones que se presentan son totalmente normales y esperables ante la pérdida de un ser querido, y son comunes a todos aquellos que se encuentran en estado de duelo. Pueden presentarse de forma simultánea, solo algunas de ellas por una vez, el predominio de una sobre otras o escalonadamente, pudiendo persistir algunas por un tiempo más prolongado o continuar en la siguiente fase del duelo. Síntomas. Sentiremos muchas cosas, algunas de ellas nuevas, extrañas, angustiosas y muy dolorosas. Entre estas están: incredulidad, confusión, inquietud, oleadas de angustia aguda, pensamientos que se repiten constantemente y que no logramos quitar de la cabeza, boca seca, suspiros, debilidad muscular, llanto, temblor, problemas para dormir, pérdida del apetito, manos frías y sudorosas, náuseas, diarrea, bostezos, palpitaciones o mareos. Habrá que reconocerlas, expresarlas y compartirlas con los familiares. Nos daremos cuenta que muchas o todas ellas también son sentidas por otros. Sentimientos. El estrés prolongado, la culpa, la rabia, la irritabilidad, el sentimiento de alivio por la terminación de una relación complicada, el buscar a la persona en lugares familiares, sentir su presencia, soñar con él o ella, la incredulidad y la negación, la frustración, los trastornos del sueño, el miedo a la muerte, las ganas de estar solos, la impaciencia y el afán porque todo termine, el cansancio y la fatiga, el repaso continuo de lo sucedido, la desesperación, el desamparo y la impotencia son sentimientos normales durante el duelo. Habrá que expresarlos en compañía de los seres queridos. Preguntar por lo sucedido. El revivir la experiencia (la causa de la muerte o lo que condujo a esta) facilita la integración de la realidad de la pérdida (todo lo contrario a lo que la gente suele hacer); es como la limpieza de una herida: aunque duele mucho al principio, a medida que ésta va cicatrizando el dolor será menor. No obstante, la pérdida de un ser querido no se «supera»: uno se «recupera» de las pérdidas, más estas nunca se superan; molestarán de cuando en vez como lo suele hacer una cicatriz. Tiempo. El proceso de recuperación tras la pérdida de un ser querido suele tardar entre 1 y 2 años para completarse (para uno recuperarse totalmente). El peor período podrá ser el primer año. Habrá que tomárselo con calma. Prevenir. Durante el duelo debe seguirse un control médico periódico para prevenir, tratar a tiempo o controlar ciertas enfermedades que pueden aparecer o empeorar. Es especialmente importante si hay adultos mayores de 60 años en la familia o personas con enfermedades graves previas a la pérdida. Llorar. Existen muchas circunstancias en la vida que nos producen dolor (golpes, quemaduras, un parto, operaciones, etcétera) y por las cuales lloramos con amplia libertad. ¿Por qué no habremos de llorar ante una situación que nos produce un dolor total? (duele el alma, el cuerpo, la familia, el pasado, el presente, el futuro, etc.). Así, no solo se puede llorar, sino que, además, es sano pues el llanto actúa como una válvula liberadora de angustia.

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