Diario de León

LITURGIA DOMINICAL

Los que servimos a otros amos

Publicado por
JOSÉ-ROMÁN FLECHA ANDRÉS
León

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LA TERRIBLE masacre que la semana pasada ha azotado a los ciudadanos españoles nos ha dejado muchas preguntas en el alma. Muchos tenemos la impresión de que no hay un solo culpable. Sin embargo, la masacre puede y debe ser mirada también con ojos de fe. Un buen amigo sugiere que Dios nos ayudará a sacar algo bueno de tan enorme desgracia. A la luz de la parábola que llamamos del Hijo Pródigo, hemos de reconocer que también nosotros, como él, hemos abandonado la casa del Padre y nos hemos puesto a servir a otros amos. Son los amos del poder y del dinero, de la frivolidad y la seducción, de la propaganda y la publicidad. Pero de ellos no hemos recibido ni siquiera las algarrobas que se dan a los puercos. Los que nos hemos convertido en huérfanos del Padre no hemos encontrado en los demás patronos ni comprensión ni consuelo, ni paz ni felicidad. Las salidas del Padre Así que alguna vez habrá que pensar en la posibilidad de volver a la casa del Padre, a los brazos del Padre, al amor del Padre. Hemos pensado que, lejos de él, alcanzaríamos nuestra libertad y felicidad. Pero tan sólo hemos encontrado tristeza y soledad. La parábola contada por Jesús (Lc 15, 11-32) trataba de contraponer la conducta de los paganos, representados por el hijo menor, con el comportamiento altanero del pueblo judío, representado por el hijo mayor. Los dos necesitaban los dones de la salvación y del amor. Pero el centro de la parábola es el padre, que refleja al Dios de la misericordia y del perdón. El padre de la parábola no aguarda pasivamente a sus hijos: sale a su encuentro y les ofrece su comprensión y su intimidad. Hay un detalle que revela la grandeza de su corazón. Por dos veces se dice que sale de su casa: una vez para recibir al hijo menor, que se había marchado lejos, y la otra para invitar a entrar al hijo mayor, que se negaba a recibir a su hermano. La oración del hijo También por dos veces se repite en el relato la súplica del hijo que retorna arrepentido: «Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo». Esa oración puede ser la nuestra. ¿ «Padre, he pecado contra el cielo y contra ti». El reconocimiento de Dios como Padre no le resulta fácil a una generación que ha olvidado la grandeza de la paternidad. Ni aceptan esa súplica los que se burlan del pecado. Pero sólo en el reconocimiento de la propia culpa florece el misterio de la reconciliación y de la paz. ¿ «Ya no merezco llamarme hijo tuyo». Tampoco resulta fácil orar de esta forma en una época en la que nos creemos merecedores de todo. Ni les interesa pronunciar esta confesión a los que han renunciado a considerarse hijos de Dios. Pero sólo en la vivencia de la filialidad divina se fundamenta la dignidad humana. ¿ Señor Dios nuestro, que nos has hecho hijos tuyos y nos aceptas y amas como a tales, te reconocemos como Padre bondadoso, pedimos tu perdón y lo aceptamos agradecidos. Amén.

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