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¿EN QUÉ IDIOMA sueñan los bilingües? ¿Se sueña en euskera? ¿Consigue pensar en gallego quien lo aprendió en curso acelerado para opositar en la Xunta? La memoria y el subconsciente ¿archivan en castellano o en catalán?... ¿Quién inventó el abrelatas? ¿Era morfinómano el duque de Windsor?... Estas preguntas aparentemente inútiles gustan al perdiodismo de divulgación y a la miscelánea de viejos almanaques. La cultura de almanaque no tiene quien la cante. Y es cultura. Las agendas Bailly-Bailliere de principios del XX eran un compendio de curiosidades, consejos, avisos, recetas, divulgaciones y utilidades, como la de saber las veinte formas de doblar una tarjeta de visita desde el pésame hasta el reto a un duelo a florete; o embutía el retablo genealógico de la dinastía austro-húngara. Los almanaques de taco siguen en su éxito. El más popular de este país está preñado de comentarios evangélicos, chirigotas blancas, alguna receta, perplejidades y agua bendita, dicen cuál es la misa del día, a qué hora sale el sol (y nadie se aclara) o largan la retahíla completa de santos del día, que casi siempre son Octavianos, Epafroditos, Basilisas, Teófilos y Fridegardas de Bucarest. En una de las hojas de este año se propone un test que se resuelve con ingenio; fue utilizado realmente en las pruebas de acceso de una institución pública. Ese test venía a decir: vas solo, conduces tu coche de dos plazas por una carretera rural perdida, es noche cerrada y hay tormenta gorda, enorme; en una parada de autobús tres personas esperan bajo un violento aguacero; son una anciana que podría morirse si no llega pronto a un hospital, un viejo amigo que en una ocasión te salvó la vida y una mujer estupendísima, guapa de locura, la mujer de tus sueños, el flechazo bruto. Teniendo en cuenta que en tu coche sólo cabe una persona más, una sola, ¿a quién elegirías?... Piénsatelo bien; de ello depende no sólo tu concepto moral, sino el puesto de trabajo al que aspiras. Ninguno de los aspirantes se acercó a la respuesta correcta, la más ingeniosa y justa: le das las llaves del coche a tu amigo y le dices que lleve a la anciana a urgencias, mientras tú te quedas a esperar el bus con aquella enormidad de tía, te quitas la chaqueta, la pones de tejadillo y le dices seductoramente «arrímate pacá, cordera, que me vas a pillar un catarrín».