Cerrar

Creado:

Actualizado:

CON UN AURRESKU en la plaza se dio la venida buena a la legacía bilbaina que junto a su alcalde, Iñaki Azcuna, vino a León a trabar lazos y a confirmar el pulso que late en las dos ciudades unidas por una arteria de hierro y traviesas, escalera de sueños y carbones y sangre moza que por ella han corrido buscando un pan y un futuro compartido. La realidad leonesa en Vizcaya es innegable, de la misma forma que la realidad vasca se palpa en León ya desde las repoblaciones medievales o las reconquistas metalúrgicas del XIX, cuando Lazúrtegui metió sabia siderúrgica a la minería berciana y se aupó dando nombre a una de las principales glorietas ponferradinas. Uno se siente vasco en buena porción de su memoria educativa (casi una mitad de mis profesores de claustro dominico eran euskaldunes y en mi memoria cancionera de bachillerato bogan mariñelas, lloran Maitechus y polifonías de ochote, ploran agures jaunaks, danzan caseríos). Ya era hora de que Leones y Bilbaos se miraran a la cara y se reencontraran; los leoneses y bilabinos que no tienen el pie en instituciones, sino en la calle y en la vida lo llevan haciendo muchos años, sus buenos siglos, entrañando esfuerzo y tripa. Hubo encuentro ayer en la municipalidad y se abrió después una puerta franca en la plaza donde una carpa esconde y muestra el nuevo Bilbo. Después será el turno de León en la capital vizcaína. Y más después uno espera que no se quede la cosa en protocolo y rendevú, sino que corran idas y venidas por ese camino de hierro que es el estrecho ferrocarril de La Robla, de Matallana, del Hullero o de Mataporquera, traquetreo de sueños. Este encuentro tuvo un nombre y una iniciativa, Angel Muñiz, cazurro de pro y de amores junto al Hogar Leonés de Bilbao. Gestó él la iniciativa y aquí está el primer peldaño de una escalera que esperamos de altura. Se rubricó el encuentro inaugural con comida de factura vasca, escuela hostelera de Archanda, irreprochable menú (bacalao, lubina y rabo de buey) con postre de ochote y melodía. Antes, abandonó el alcalde leonés sin concluir comida, urgido de cuitas, pero el bilbaino Azkuna lamentó: el alcalde se ha ido sin comer el rabo. ¿Cómo?, ¿que no te ha comido el rabo?... Estaría ahíto de ello, pensó uno. Sonrió de grado bueno don Iñaki y en esa risa sana vi yo una puerta y una mano tendida.