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Publicado por
JOSÉ-ROMÁN FLECHA ANDRÉS
León

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HACE unos días los medios de comunicación han dicho que un hombre ha matado a su mujer por haberla encontrado con otro hombre. El hecho ha conmocionado a la opinión pública. En otros tiempos, el adulterio era criticado como un mal y un pecado. Algunos escritores lo trataban con una pizca de cinismo. Lord Byron escribía que «lo que los hombres llaman galantería y los dioses adulterio, es mucho más común donde el clima es sofocante». No es verdad. También los países nórdicos han hecho de la infidelidad conyugal un incidente sin importancia. En nuestros días, hablar del adulterio no es políticamente correcto. Seguramente muchos jóvenes tendrían que buscar un diccionario para saber qué significa esa palabra. En los últimos meses sólo se ha mencionado para calificar de bárbaros a los que condenan por adulterio a una pobre mujer africana. Es como si la fidelidad hubiera dejado de ser un valor moral. Como si la diversidad y la variedad de las experiencias amatorias pudieran suplir su veracidad. Un abierto desafío En la Biblia el adulterio es mencionado con frecuencia. Unas veces como hecho y otras como tentación. Pero sobre todo el adulterio es una metáfora de la idolatría del pueblo de Israel que, abandonando a su Dios, se vuelve a los ídolos que se veneran en su entorno cultural. En el evangelio de este quinto domingo de cuaresma se proclama un relato que retoma el mismo tema (Jn 8, 1-11). Los escribas y fariseos traen ante Jesús una mujer sorprendida en adulterio. Al parecer no les importa la dignidad de la mujer. Sólo pretenden poner a Jesús en un aprieto. Si la condena, podrá ser acusado de despiadado y se hundirá para siempre su fama de profeta misericordioso. Si no la condena, será denunciado por atreverse a contradecir la Ley de Moisés que imponía la lapidación como pena por el adulterio. Jesús aprovecha la oportunidad para desenmascarar una vez más la hipocresía de los acusadores. «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra». Es un abierto desafío a los que presumen de limpios e inocentes y se arrogan el derecho de acusar a los demás. Un nuevo comienzo El mensaje fundamental de este relato se encuentra justo en la frase final. En esas palabras que Jesús dirige a la mujer que le han presentado como adúltera: «Tampoco yo te condeno. Anda y en adelante no peques más». He ahí el verdadero espíritu del Maestro que alienta y exhorta. ¿ «Tampoco yo te condeno». Jesús no había venido a condenar a los pecadores, sino a ofrecerles la salvación. Demasiados condenadores se encontraba en su camino. Pero en él se manifestaban la misericordia y el perdón de Dios. ¿ «Anda y en adelante no peques más». Jesús no trivializa el pecado. Nunca ha presentado el mal como un bien. Esa es la mayor de las imposturas. Pero invita a los pecadores a la conversión, a la confianza, al cambio de vida, a emprender un nuevo comienzo. - Señor Jesús, tú conoces el fondo de nuestro corazón. El mal que hemos hecho y el bien que hemos dejado de hacer pesan sobre nuestra conciencia. Que la gracia de tu perdón nos ayude a caminar en la esperanza. Amén.