«Solidaridaes»
ESA PINTADA de Ribadesella es un grito inocuo y gamberro defendiendo la tranquilidad como conquista irrenunciable e intocable valor turístico: «Asturianu, solidaridad: mata'i un turista». Vive allí la abuela de Letizia y el desfile de curiosos, madrileños, plumillas y polis colmó el aguante de quien rotuló ese grito de muro apelando al común de paisanos y a su sentido común. Esas invasiones acaban vulgarizándolo todo y lo llenan de baratura. ¡Mata'i un turista!... Puta gracia tiene bromear con el matar en este tiempo de ríos de sangre, pero tiene su gracia ese mata'i porque ye babayada inocente y grandona como la de la madre al hijo, ¡voy matate, fíu!... También es probable que venga después el típico enmendador de pintadas con tachaduras y añadidos para dejarla así: «Asturianu, solidaridad: mata'i un Borbón»; firmado: Comandu Pelayista por la Restauración de la Dinastía Astur (el nacionalismu de llagar suele majar estas majaderías; ye su línea). Tengo un amigo que alienta extender este tipo de pintada a la pasión cazurra: «Lleounés, solidaridá: mata'i un papón», y debajo, «o mata'i cien judíos para poder sufrirlos». Este año no te has metido con los papones, me dice. Llevo cinco años no faltando al luto de mi oreja y a la pataleta inútil. ¿Me habré rendido? Todos los días, nueve meses al año, ensaya tres horas bajo mi ventana una tropa que aturde y atormenta. Cornetazos y mamporros trepanan el cerebro. Lo hacen impunemente, contra toda ley y derecho, contra evangelios y fe silenciosa, consentidos por la autoridad, ¡y subvencionados! (para morirse de risa o furias). Nos recetan terrorismo acústico por pelotas. Es el carnaval de una religión de túnicas, anacronismos y rasos. La alcaldía calla, otorga, paga y desde una fe socialista y laica (que tiene también su carnaval) se fuma el fuero ciudadano y se persona presidiendo procesiones que llenan las aceras de devotos y de votos... y de más cornetazos, tropel y turbas. ¿Qué más decir, pues, qué alegar, a quién apelar? Seguirán los papones en su tamborrada impune y cenaré cada tarde tres toneladas de decibelios municipales que, si salieran de un bar, serían multa de dos millones. Con cebolla me los trago (y el alcalde, con júbilo y chupando cirios, ora pro nobis). ¿Entonces?... Nos lo pone como penitencia. Es converso.