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Publicado por
JOSÉ-ROMÁN FLECHA ANDRÉS
León

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EL DOMINGO de Ramos en todas las ciudades hay una procesión que la gente suele llamar «de la borriquilla». Es verdad que el protagonista habría de ser Jesús. En este día se recuerda su entrada en Jerusalén. Una entrada triunfal que, para nuestro asombro, precede en pocos días a su condena a muerte. Y, sin embargo, el protagonista de la fiesta parece ser el pollino. En un sermón predicado el domingo de Ramos, San Bernardo clasificaba en tres grupos a los seguidores de Jesús. - Algunos van delante de él. Son «los buenos prudentes» que preparan el camino para que Él pueda llegar al corazón de los demás. - Hay otros que le siguen. Son «los buenos sencillos», que reconocen el valor de sus enseñanzas. Y, finalmente, están los discípulos que rodean al Señor con ánimo orante y agradecido. Pero en el relato de la entrada en Jerusalén juega también un papel importante el pollino (Lc 19, 28-40). Para San Bernardo, representa a todos aquellos que «duros de corazón y poco devotos, necesitan siempre vara y espuela». Pero no habría que ser tan duros con el pobre jumento. Pasado y futuro En realidad, el pollino sobre el que Jesús entra en Jerusalén es un eslabón importante, que nos une con el pasado y con el futuro, es decir, con la historia de Israel y con la vida de la Iglesia. El pasado son las antiguas profecías. El pollino evoca la humildad del Mesías, anunciada ya por el profeta Zacarías: «Exulta sin mesura, hija de Sión, lanza gritos de gozo, hija de Jerusalén! He aquí que viene a ti tu rey: justo él y victorioso, humilde y montado en un asno, en un pollino, cría de asna» (Zac 9,9,). ¡Cómo se diferencia Él de los grandes y poderosos de este mundo! Y el futuro es esta historia nuestra de glorias efímeras y de traiciones escandalosas. Esa disponibilidad para colaborar con el proyecto de Dios. Y esa prontitud para entregarle lo que somos y tenemos, ante la simple insinuación de nuestro Maestro. A veces nos esforzamos en buscar mil razones que justifiquen nuestra decisión de seguir a Jesucristo. Y en realidad, la única respuesta válida es esa que nos remite a su voluntad: «El Señor lo necesita». Un clamor de acogida Según el relato evangélico, las gentes que acompañan a Jesús prorrumpen en aclamaciones que hoy hacemos nuestras: ¿ «¡Bendito el que viene como Rey en nombre del Señor!» Al comienzo de la Semana Santa, proclamamos la gloria del Señor. Nadie lo fuerza, si no es su amor. Él se acerca a su ciudad para entregarse voluntariamente a una muerte redentora. Lo reconocemos como Rey y como a tal lo acogemos. ¿ «Paz en el cielo y gloria en lo alto». El evangelio de Lucas repite ahora el canto con que los ángeles anunciaron el nacimiento del Mesías. La paz y la gloria son propiedades de Dios. Por medio de Jesús nos han sido reveladas, comunicadas y confiadas. Son para nosotros la revelación de su majestad y la clave de nuestra tarea moral. ¿ «Acrecienta, Señor, la fe de los que en ti esperan y escucha las plegarias de los que a ti acuden, para que quienes alzamos hoy los ramos en honor de Cristo victorioso, permanezcamos en él, dando fruto abundante de buenas obras». Amén.