CORNADA DE LOBO
Padre árbol
NACER EN COLINAS del Campo de Martín Moro Toledano obliga a sacarle punta a los ojos, a rascar las peñas para sacar bajo ellas el tacaño pan que esconden y a mirar lejos para descubrir una vida que tantas veces se negó en aquellos despoblamientos y alturas que miran al Catoute. Conocí a una persona que cumplió estos tres preceptos. Jamás fue noticia; la honradez y el trabajo esclavo no tienen titular ni gacetilla; sólo salió en los papeles cuando su esquela nos anunció la fatalidad, el crimen de la muerte ciega. Nos levantábamos a las cuatro de la mañana -nos decía una vez- y cruzando colladas y montes nos íbamos a segar a veinte o treinta kilómetros por cuestones de Omaña y Babia para atropar un jornal de cuatro perras; y como el andar come el esparto, teníamos que quitarnos las alpargatas para que las piedras y la lija del camino no las devoraran en un solo día; después los soles fijaban la jornada de mil horas; comer, comíamos lo justo de morral y lo pobre del jornalero; beber, agua a morro como bueyes; y soñar... siempre, imaginar otros mundos, otro destino para escapar de la cárcel de la penalidad y de los sudores en reguero; segar y segar. En el batán de los días el mazo pilón les rompía la espalda. Pero eso no es noticia, aunque fueran multitud los leoneses que se vieron en esa galera. Después vino la mina, de nuevo madrugones, caminatas que le ponían en la boca del tajo con resuellos ya vencidos por la kilometrada. La mina... puta mina, valles de Tremor, antracitas verticales, muerte anunciada y mal entibada con la silicosis agazapada en cada galería mordiendo los pulmones de quien renunció a vacaciones y domingos para poder pagar la casa que se levantaba, la familia que crecía, los hijos en los que se acunaba el sueño de otro futuro, otra justicia. Y siempre la honra por delante, el darlo todo sin anotarlo en libreta de deudas. No estudió en aula y fue doctor en miradas y juicio cabal. La enciclopedia de la vida hace maestros; y lo fue; insustituible maestro y padre; padre-árbol lo definió su hijo Pedro a la vera del cementerio. La silicosis le fue royendo la vida, robándole el júbilo de nietos y horizonte cumplido. Era Pedro Marcos, la amistad sin pliegues, el corazón por delante, el trabajo como norma de amores, el fuego, la charla honda, el pan de su horno. ¿Hubo mejor noticia?