El paisanaje
Segundo piso, ascensor
ESTADÍSTICAMENTE hablando, el problema de la vivienda guarda un gran parecido con las estadísticas del pollo de nuestra niñez, cuando España empezaba a levantar la cresta en economía y se decía que ya éramos, por fin, un país «en vías de desarrollo». Para demostrarlo hasta el ministro más matao de la época echaba mano de las cifras de consumo de pollo, un manjar prohibitivo hasta entonces, de acuerdo con las cuales, si la producción nacional había subido a quince millones de pollos y el censo paralelo de españoles era de treinta millones, tocábamos cada domingo a medio pollo per cápita. Pero pronto se demostró que aquello era mentira o, por lo menos, una verdad a medias, que son las peores. Como a la hora de cenar en casa siempre habíamos oído aquello de «cuando seas padre comerás dos huevos» y en el festín dominical seguía sin aparecer el dichoso pollo, nuestra generación echó la cuenta de la vieja y concluyó lo siquiente: punto «a», el país da para medio pollo por paisano; punto «b», por lo menos en la mitad de las mesas sigue sin servirse pollo; luego, y punto «c», todos los pollos los comen los ricos, como siempre. Este elemental razonamiento, dos premisas y una conclusión, se conoce entre los de derechas como silogismo (escolástico para los que estudiaron en los Agustinos o aristotélico para los más liberales de los Hermanos Maristas) y entre los rojos que han leído a Marx -ya quedan pocos- como tesis, antítesis y síntesis. Filosofías aparte, el último censo municipal de viviendas en León, con cuatro mil nuevos pisos que pagan el IBI por primera vez este año y doce mil en el último trienio, según la concejala de Hacienda, Gema Cabezas, vuelve a replantear el irresoluble problema de los pollos de nuestra más tierna infancia. Se recomienda a las nuevas generaciones que donde dice «pollo» pongan «piso» y analicen la cuestión a lo clásico: punto primero, en León no paran de construírse viviendas; punto segundo, la mitad de la población no tiene un duro para comprarlas ni ha subido el padrón municipal de habitantes; por lo tanto, punto tercero, están vacías y los compran los ricos de siempre para especular, porque comerlas no pueden. Alguien podría argumentar, ya entrando en dialécticas jesuíticas, naturalmente de derechas, que los nuevos bloques en construcción están siendo ocupados por familias que antes vivían de alquiler. Pero tampoco cuadra: uno, cuatro mil inquilinos no se mudan de golpe a propietarios, con o sin hipoteca; dos, sigue sin aumentar el padrón de habitantes en la ciudad; lógicamente, y tres, seguimos teniendo cuatro mil pisos vacíos para especular, aunque sean de renta antigua. Dice la concejala Gema Cabezas que este rompecabezas ayuda a equilibrar las cuentas municipales a través de una mayor recaudación del Impuesto de Bienes Inmuebles (IBI), aunque es dudoso que opine lo mismo la ciudadanía. También es verdad que su antecesor en el cargo, el concejal del PP Francisco Saurina, aseguraba lo mismo a la hora de demostrar -números cantan- que no había subido la presión fiscal, a pesar de lo que cobraba de más el interventor. El que no se consuela es porque no quiere. De acuerdo con las últimas estadísticas municipales este año se presentarán al cobro 103.000 recibos del IBI, entre viviendas, locales y solares. Aplicando la técnica matemática del pollo frito, la gente razona así: primer considerando, en la ciudad hay ciento y pico mil propietarios y 140.000 habitantes; segundo, en casa somos cuatro de familia, a mayores de la suegra, y nos tenemos que bandear considerablemente cada fin de mes para pagar la hipoteca; y , tercero, el resultando es que en la familia de un servidor no tocamos, ni de coña, a 0,9 propiedades por cabeza, así que a mí que registre Hacienda. Hay optimistas que opinan que, igual que se resolvió en su día la carestía del pollo, cuyos precios hoy están tirados, mañana en las agencias habrá también apartamentos en oferta, como en Carrefour. Tal vez lo vean nuestros nietos, que, hartos de hamburguesas en Mc Donals, no le conceden al pollo ni la más mínima importancia. Algo de eso empieza a haber ya y no es infrecuente que en algunas casas solariegas llegue el vástago más joven y anuncie a la parentela lo de «tíos, no os lo vais a creer, pero sé de un picadero, digo piso, guay para emanciparme, total cuarenta kilos en Caja España». A lo cual le dan ganas a uno de contestar aquello otro de «chaval, esto os va a costar a ti y a tu gallina ciega un huevo y la yema del otro, aunque lo incubeis a medias y a un módico interés. Como son jóvenes, de granja y de ciudad y no de corral de pueblo, no saben todavía en qué jaula se han metido.