CRÉMER CONTRA CRÉMER
El caballo enamorado de la luna
LO COMPRENDO. La actualidad sigue siendo lo de las elecciones y lo otro del tripartito catalán. Pero ya estoy perfectamente enterado de lo que conviene a la mayor gloria y provecho del país, de la nación, del poblado en el que vivo, de la tierra que habito, del sol que me da su calor. No necesito más requerimientos. Incluso, probablemente cuando este apunte realista aparezca en la escondida columna que me tienen asignada, ya se habrán descubierto los tapados del uno y del otro bando, y acaso, quién sabe será el momento de volver a tratar de las elecciones. Porque el evento, el episodio, el asunto que atrajo mi atención y mi interés como corresponsal mediático que dicen que puedo llegar a ser y como hombre, es el «caso» de ese alazán ejemplar, caballo de raza, temperamental y amigo de la yeguas, que en un lugar cercano a la ínclita y nunca bien ponderada ciudad de Ponferrada, fue protagonista de un romance que a punto estuvo de terminar en tragedia, como ocurre siempre que un ser vivo, sea varón domado o animal indomable, garañón de la remonta o alazán para adorno se enamora. Y fue que estando pacíficamente entregado el bello cuadrúpedo a sus meditaciones, dio en aparecer en su foco visual una de las yeguas más bonitas de la comarca, animal vivaz, de grandes ojos, de fina estampa y de gracioso belfo colgante, la cual, así que también vio al airoso y poderoso garañón, dejó escapar, con un suspiro prolongado, un breve e insinuante bramido, que obligó al caballo a fijar su mirada en la seductora estampa de la desconocida potranca. Y, según explican los testigos del suceso el hermoso caballo, emitió un bramido largo y tembloroso y levantando la noble cabeza inició un trote convulso en dirección al lugar en el cual la bella reinaba. Y tan ciego de amor estaba el animal que en su carrera frenética no se apercibió de la existencia de la piscina correspondiente a la casa rural a la cual servía. Y en su frenesí el caballo resbaló y cayó al fondo del agua, berreando dolientemente. Acudieron en su ayuda las gentes del lugar, y se entregaron a la tarea misericordiosa de sacar de su helado atolladero al caballo enamorado. No pudo ser y se hizo indispensable requeridor el servicio de los bomberos, que es profesión que vale para todo, lo mismo para apagar un fuego que para acudir en socorro de un náufrago, aunque perteneciera a la raza nobilísima de la caballería andante y amante. Durante un tiempo que al caballo se le debió hacer un siglo o más, los sueños de «La Martina», que tal es el nombre de la finca escenario del acontecimiento amoroso, sufrieron los efectos de la angustia existencial propia de caballos, yeguas y demás animales cuando están enamorados. Y cuando al fin pudo ser rescatado de sus propios impulsos amorosos, y salir de aquella piscina que le aprisionaba, el noble enamorado, el Cronista de la villa explicó los medios de que se habían valido para lograr el rescate perseguido: Pues verá usted -vino a explicar sobre poco más o menos-. Como lo que amenazaba al amante era el agua de la piscina, se procedió a achicar el agua que había en el interior, y luego, ante el temblor del amante, cuajadito hasta las ancas de frío, se procedió a calmar al animal con buenas palabras y un poco de cebada.