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Gente de aquí | La fiesta del Santo Potajero

Comida de pobres y presos

La Bañeza celebró un acto único en la Semana Santa leonesa, la fiesta del Santo Potajero, un acto de caridad con los más desfavorecidos que se ha convertido en un fenómeno de masas

Publicado por
Alberto Domingo - la bañeza
León

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Los bañezanos comieron ayer como los pobres. Mejor dicho, los bañezanos comieron ayer como los pobres y los presos de antaño: aquellos a los que alimentaba la Cofradía de nuestra Señora de las Angustias y Soledad por las tres pascuas -las de Navidad, Resurrección y Pentecostés-. Luego, con el paso del tiempo, el crecimiento de la clase media, la desaparición de la cárcel del partido judicial y de los hospitales en los que se moría más que se sanaba, la obligación de caridad -o filantrópica, quién sabe- se convirtió en fiesta de interés turístico provincial y ayer algunas fuentes de la cofradía bañezana cifraban en más de 2.600 los números repartidos para formar la fila del reparto del potaje -garbanzos con arroz, bacalao, una naranja, pan y una pasta-. Fuentes, cazuelas, tarteras y fiambreras llenaban ayer bañzanos, comarcanos y otros en el patio de la hermandad, después de un mes de preparación del guiso, pidiendo por la ciudad donaciones primero y, desde el lunes, cambiando el agua la bacalao para desalarlo, eligiendo los garbanzos -que los trozos de legumbre y los de pequeño calibre no van a la olla- sofriendo el ajo, la cebolla, el puerro y el pimentón y pochándolo todo para que el descomunal guiso sepa a los que han recogido el testigo de los miserables a gloria de Resurrección engullida frente a la milenaria iglesia de El Salvador o en el acogedor césped de El Jardinillo. Ilustres comensales Además de reservar el buen tiempo, que la lluvia no estropea la fiesta del entrañable Santo Potajero o Potajerín , ayer se hizo un sitio en la enorme mesa bañezana a ilustres como el poeta Antonio Colinas, el fotógrafo Manuel Álvarez Raigada o el mentor del ilustre padre Miguélez, Pele Ferreras, que incluso podrían haber llegado a ver el cobre relucir tras la copiosa comida... Pero esto pertenece a la intimidad de la apuntalada sede cofrade, al igual que el vestir al Potajerín o a las imágenes semanasanteras, que para todo hay un pudor incluso en este siglo. El alcalde, José Miguel Palazuelo, y los concejales, del equipo de gobierno e incluso algún opositor, también asistieron al banquete popular. Pero antes de comer, como manda la tradición, procesionó el pequeño potajero: un Cristo del XVII, de brazos articulados, que se agarra a su cruz con la misma fuerza que la melena, natural, se le agarra a la cabeza. No pasa de los treinta centímetros de altura y su paso lo pujan los niños con gran devoción.